El texto corresponde a uno de los capítulos de la obra, editada por Al Arco, donde se refleja la relación difícil que mantuvieron los competidores durante la dictadura militar.
“Pero todavía nosotros recordamos (a la revolución libertadora) con mucha desgracia porque vimos cómo el deporte argentino, que había alcanzado un gran desarrollo, se perdió. Creo recordar que nos reunieron a todos los deportistas federados y éramos casi cinco millones sobre una población de veinte. Era una cosa increíble cómo se había inclinado toda la población a la práctica deportiva. Era una forma de mantener al pueblo sano y educado”. Fernando Aren, ex presidente de la CAD (1989-2009)
La dictadura militar tuvo como objetivo principal invisibilizar al peronismo en todas sus expresiones. Apenas enquistado en el gobierno intervino, censuró o clausuró todos los espacios con cariz democrático. Las organizaciones libres del pueblo fueron uno de los blancos predilectos del contubernio cívico/militar. Fueron estas organizaciones las que durante la etapa peronista se conformaron con una identidad propia. Se constituyeron en lugares en donde canalizar las principales necesidades; trabajadores, profesionales, empresarios y estudiantes se establecieron en torno a sus propias preocupaciones.
Y la comunidad deportiva tuvo sus propias instituciones. La CAD-COA tuvo durante el peronismo un protagonismo fundamental en la promoción del deporte, aglutinó a las distintas federaciones y las condujo hacia la etapa más importante del deporte nacional. Sin embargo, para la historiografía liberal el peronismo intervino las entidades deportivas, quitándoles autonomía y transformándolas en satélites de sus intereses.
Este argumento, en línea con “la concepción totalitaria del Estado peronista” esgrimido por la intelligentzia, quedó grabado en obras como el “Libro negro de la segunda tiranía”. Después de septiembre de 1955 el antiperonismo arreció contra lo instituido durante los años del gobierno popular. La cultura deportiva promovida por el Estado fue desmontada, los resultados que se habían logrado a nivel comunitario tuvieron un fuerte rechazo en círculos pequeños pero influyentes. La oposición, que venía generando resistencia desde hacía tiempo, emergió con ínfulas de venganza.
Una de las primeras medidas fue la intervención de las principales organizaciones del deporte, un paso para “normalizar” estructuras absorbidas por el “régimen”. Entre ellas la principal, la CAD-COA, que había resultado clave para impulsar la actividad en el sector correspondiente a la de los adultos. Al frente de la intervención se colocó un militar que había vivido de cerca la política deportiva del peronismo: el general Fernando Huergo, esgrimista en los Juegos Olímpicos de Londres (1948), los Juegos Panamericanos de Buenos Aires (1951) y los Juegos Panamericanos de México (1955).
Huergo encabezó el plan que destruyó la cultura deportiva insertada en la comunidad y simbolizó la etapa más oscura del deporte argentino. Llevó adelante una gestión que respondió a los valores de una política liberal, asentaba en la idea central del “esfuerzo individual”, la desinversión estatal y la desintegración de emprendimientos masivos.
La intervención de la CAD-COA constituyó un problema en el Exterior al ser violatoria de las reglamentaciones internacionales. La normativa del COI rechazaba las intervenciones de sus afiliadas sea cual fuere la circunstancia. En este escenario, se impedía la participación de la delegación nacional en los Juegos de Melbourne (1956).
El atajo con que Huergo zanjó el problema fue escindir la CAD del COA y someter a este último a un proceso pseudo-democrático. En elecciones amañadas se hizo elegir como presidente presentándose de candidato por la Esgrima, federación que no había levantado su intervención. De esa manera, logró que el equipo argentino fuese aceptado para competir en Australia.
Esta decisión marcó una ruptura institucional histórica ya que la conducción nacional del deporte dejó de asentarse sobre una estructura homogénea. Al escindirse, y con un buen número de federaciones intervenidas, se debilitaron las instancias de participación. Otro de los efectos fue la sumisión a la organización internacional. Y fue casualmente en el mismo momento que la Argentina se asoció al Fondo Monetario Internacional (FMI), a solicitud del economista Raúl Prebisch (quien elaboró un informe sobre “la realidad nacional” a pedido de la propia dictadura), cuando el Comité Olímpico Argentino (COA) eligió a su nuevo presidente: José Oriani, de la Federación Argentina de Box, quien ejerció su mandato entre 1957 y 1964.
Los “librepensadores”, su dedo acusador sobre la injerencia del peronismo en el deporte, no dijeron nada sobre la paulatina conversión del COA en satélite de su terminal internacional. Ese silencio arbitrario les dio réditos: luego ocuparon espacios de poder otorgados por el establishment deportivo/comercial. El accionar de la dictadura en el deporte, como en el resto de las áreas, fue acompañado por un discurso monolítico, propalado por los medios de comunicación.
Muchas plumas prestigiosas replicaron el imaginario creado por los militares respecto del gobierno de Perón: corrupción, demagogia e intervencionismo. “Cuando un día de junio se interrumpió violentamente ‘aquella’ primavera y empezó el invierno que ojalá haya concluido para nuestro deporte –vaya feliz coincidencia- el reciente 21 de septiembre, día en que recobraron las esperanzas de que toda la Nación en todas sus actividades, vuelva al espíritu de faena con que realmente edificó lo sólido y estable que posee: la faena cumplida con la fuerza del espíritu del bien común para nuestros semejantes”, escribió Dante Panzeri en El Gráfico, suscribiendo a la idea de que una excesiva intervención estatal afectaba el libre manejo de lo institucional y que el apoyo económico para desarrollar la actividad era una “dádiva”.
A los dirigentes que fueron la columna vertebral de la política deportiva del peronismo los corrieron de escena. Es cierto que muchos se reciclaron y borraron su pasado al precio de la traición. Sin embargo muchos otros no se doblegaron y recibieron un duro castigo. El caso más emblemático fue el de Rodolfo Valenzuela. Este dirigente, abogado recibido en la Universidad Nacional de La Plata (UNLP) y hombre de confianza del general Perón, fue convencional constituyente de la reforma constitucional del ‘49 y miembro de la Corte Suprema de Justicia (1947-1955).
También fue esgrimista, participó de las competencias olímpicas de Los Ángeles (1932) y Berlín (1936), y más tarde ocupó la presidencia del CAD-COA desde 1948. Fulvio Galimi conoció desde niño a Valenzuela debido a que frecuentaba el mismo circuito que su padre, Félix. La confianza y buen trato que le dispensaba lo llevó a ser su secretario personal cuando estuvo a cargo de la Corte Suprema de la Nación.
“Para mí fue un tipo extraordinario. Bonachón, simpático, siempre decía una cosa alegre. Y le gustaba mucho la esgrima, y lo hacía muy bien. Él era muy chiquito, de baja estatura”, le contó Galimi a este autor. En aquellos años peronistas no sólo compartieron horas de trabajo sino, también, la actividad deportiva, ya sea en la CAD o tirando en la sala de armas del Jockey Club. “La gestión de Valenzuela fue muy buena porque se ocupaba del deporte. El dividía entre la Corte Suprema y la parte deportiva. A la mañana estaba en la Corte y a la tardecita estaba en la Confederación. A veces hacía al revés. Se ocupaba de todo. Gestionó el viaje a mucha gente para que participara en los distintos torneos internacionales. En los Juegos Panamericanos estuvo en la organización. Y en las olimpiadas también, se ocupó mucho”, reflexionó el esgrimista.
Una vez producido el golpe, Valenzuela se refugió en la embajada de Uruguay conociendo la cacería que se había desatado. Su mujer trató de interceder ante las autoridades del régimen para que se le respetaran las garantías correspondientes y fue el mismo capitán Francisco Manrique, jefe de la Casa Militar, quien le respondió afirmativamente. Sin embargo, las promesas no fueron cumplidas. Al salir de la embajada fue detenido y confinado a la cárcel de Caseros.
Valenzuela fue acusado en primera instancia por enriquecimiento ilícito y se transformó en preso político. Pagó muy duro el precio de ser un valioso funcionario público, tanto en el ámbito judicial como en el deportivo.
“En el ‘55 fue preso. Lo tuvieron tres años ahí, se quiso suicidar tres veces, se cortó las venas, se colgó y para sacarle la lengua le tuvieron que romper los dientes. El tipo no podía estar ahí, hay gente que no puede estar presa. Yo lo fui a ver a la cárcel, en Caseros, conseguí un permiso y fui con mi hermano a visitarlo. Parecía una cosa increíble, le faltaban los dientes. Pasaron en la Argentina cosas espantosas. Lo acusaban de que había detenido juicios de desalojo, más de cien juicios. Por eso lo tuvieron tres años preso (…). Cuando salió se fue enseguida a Brasil, no quería saber nada con estar preso. Se puso a enseñar esgrima y muchachos que viajaban a Brasil contaban que él alcanzaba las toallas, todo demencial”, recordó Fulvio Galimi.
El castigo proferido a Rodolfo Valenzuela fue la muestra de la dureza que la dictadura tenía con quienes habían sido fundamentales en la conducción del peronismo. Tal fue la saña cometida que su exilio parecía su único camino. Tan grande fue el silenciamiento que su figura prácticamente no es recordada.
Fuente: Página 12
2 Setiembre 2019.
https://www.pagina12.com.ar/215821-cuando-los-deportistas-peronistas-fueron-perseguidos.