NUNCA ES TARDE, MINISTRA

Ene 27, 2022 | Política deportiva, Últimas Noticias

La infeliz (frase) de la ministra de Educación del gobierno macrista de la Ciudad de Buenos Aires puso sobre la mesa, una vez más, el lugar de la educación en nuestra sociedad, sus conceptualizaciones centrales, alcances y perspectivas. Echando mano burdamente a sus bases políticas, sus palabras no hacen más que poner en (dis)tensión (al mejor estilo macrista) el acceso a la educación, destacando el privilegio por sobre los derechos. 

De la tristemente recordada secuencia de “caer en la educación pública” y “a las universidades no llegan los pobres” a cargo, respectivamente, del ex presidente Mauricio Macri y de la ex gobernadora de Buenos Aires, María Eugenia Vidal (ambos hoy investigados por persecución política a los trabajadores, diseñando una Gestapo antisindical), la trilogía verborrágica la complementa Soledad Acuña y su título “los jóvenes estudiantes ya están perdidos en el pasillo de una villa o cayeron en actividades de narcotráfico”. Título espantoso al que además le falta síntesis. 

Pero lo interesante acá no es la frase (que de interesante y profunda no tiene nada, ni en términos filosóficos y mucho menos en términos educativos) sino la posibilidad de respuesta. Ni siquiera podemos hablar de debate, algo que sabemos que no es el expertiz de estos funcionarios. Pero sí, permite salir al cruce, para aclarar algunas cuestiones y dar cuenta de lo que pasa, entre muchas otras cosas, en los pasillos de los barrios populares, si es que de educación hablamos. Y, en nuestro caso particular, incluyendo, como debe ser, en el universo educativo al deporte, los espacios comunitarios que sus prácticas habilitan y la “cultura del encuentro” que generan, al decir del Papa Francisco.  

Recuerdo una vieja frase de los compañeros y compañeras de la organización social CooPA, del Bajo Flores, barrio también con muchos pasillos y que es parte de la Ciudad donde la ministra gobierna, que decía: “En el Bajo flores pasan otras cosas”, contrarrestando el discurso político-mediático estigmatizante que ponía los ojos en el barrio sólo cuando había una cuestión delictiva, de impacto mediático-social. 

Y creo que justamente ahí está la punta del ovillo para la respuesta. En los pasillos de las villas pasan muchas “otras cosas” que la mediática funcionaria desconoce. Y muchas de ellas, (y quizás todas, si tomamos una concepción más amplia) son parte de la educación de niños, niñas y adolescentes. Y de sus vidas. 

La noción de pérdida, a la vez, implica varias cuestiones que merecen decirse, sin ahondar siquiera en un plano de profundidad psicoanalítica.  Cuando se pierde a alguien en general hay dolor (digo en general y no me refiero a casos particulares de la política macrista, donde la situación no es de dolor, sino más bien de lástima y olvido). Cuando se pierde a alguien, en general hay tristeza, hay inquietud. Y esas sensaciones, muchas veces, cuando prima lo ético por sobre la miseria humana, se convierten en acción. Se convierten en una búsqueda guiada por la pregunta: ¿qué hacer?. Se generan instancias de pre-ocupación. Lo previo a ocuparse del tema. Es decir, la pérdida no es olvido, sino es un hacer que implica, claro, un proyecto, una política, y por supuesto, también un modelo educativo y un proyecto de país. 

En nuestro país el movimiento de mujeres más importante de la historia, Las Madres y Abuelas de Plaza de Mayo, dieron cátedra (justamente) sobre ese peregrinaje, convirtiendo el dolor y la pérdida en lucha, saliendo de sus casas, golpeando puertas, denunciando el accionar genocida de los dictadores, tomando la Plaza, acompañándose unas a otras, sintiéndose parte y constructoras de un colectivo de mujeres y yendo a buscar ellas mismas a sus propias hijas e hijos. Los y las jóvenes que en los documentos oficiales de la dictadura cívico militar figuraban, justamente, como perdidos. NN. Esa nefasta entelequia de ni muertos ni vivos, expuesta por otra verborragia también tristemente recordada, en este caso del genocida Jorge Rafael Videla. 

Los pibes y pibas de los barrios populares no están perdidos en los pasillos de la villa. No están desaparecidos. Muchos menos muertos. Existen, están todos los días en el barrio. Viven. Sueñan. Sufren. Se angustian. Dicen. En tal caso, muchas veces, están invisibilizados y postergados. Y son parte de las injusticias de un modelo que intenta descartarlos. 

Pero, a la vez, son ellos y ellas quienes se encargan de seguir peleando, la mayoría de las veces en una desigualdad de oportunidades penosa e injusta, de seguir proyectando sus vidas, y ser parte de espacios educativos, casi siempre, en sus propios barrios, caminando por los pasillos por donde la ministra no camina y donde impera el hacinamiento y el derecho a una vivienda digna está ausente. 

Muchos de esos espacios educativos barriales tienen incorporada la práctica deportiva donde estos pibes y pibas ejercen su derecho al juego. Escuelas y espacio deportivos. Escuelas y clubes de barrio. Cultura del encuentro, donde la otredad opera con más significancia que el olvido, la necedad y la insensibilidad social. 

Sabemos que educación y deporte van de la mano. En nuestro país miles y miles de niños, niñas y adolescentes de los barrios más humildes, se educan desde el deporte. No están perdidos. Ellos y ellas mismas se encuentran. Se encuentran en la escuela, en las canchas, en el club, en el potrero. Se encuentran con otros y otras. Se encuentran descubriendo y ejerciendo sus derechos, pateando una pelota, compartiendo una jornada deportiva, aprendiendo educación sexual integral. Se encuentran tomando como modelo las luchas feministas. Se encuentran en el patio de la escuela jugando a la mancha, haciendo educación física, siendo promotores y promotoras deportivas en sus clubes, estudiando una diplomatura socio comunitaria de deporte en una Universidad Nacional. Siendo, luego, muchos de ellos y ellas, trabajadores de espacios deportivos y acompañando a los más pequeños en sus primeros pasos. 

Todos espacios que operan desde el amor y la política, desde la escucha y el acompañamiento, desde la capacitación y el intercambio de saberes son la posibilidad para que los pibes y las pibas puedan crear sus propios itinerarios formativos. Sus propios proyectos de vida vinculados al deporte, como espacio socio comunitario. 

Sin saberlo y de manera anticipada, el Papa Francisco le responde a la ministra y le tira un centro sobre por dónde ir: “No concibo una educación sin deporte. Tenemos que conformar la Cultura del Encuentro a través de la educación, el deporte y el arte popular. Hagan más canchas de fútbol y escuelas para sacar a los pibes de la droga” (1). Recordemos que la misma ministra que hace estas declaraciones se jacta de haber sido amiga personal del otrora cardenal Bergoglio, incluso, se sabe, coincidieron en algunos proyectos en la Ciudad de Buenos Aires, previo a la consagración de Francisco.

Sigue el sumo pontífice, en declaraciones que aparecen en el enorme y recomendable libro de Víctor Lupo, “El deporte en la cultura del encuentro”: “tenemos que hacer un salvataje de la niñez, un salvataje a través de estas tres patas (educación, deporte y arte popular) que van haciendo entrar a los chicos en los valores sociales. El camino educativo es el único que puede prevenir al desastre de la juventud por la drogadicción. Por eso la importancia de la educación y la inclusión a través del deporte y el trabajo.”

Nunca es tarde. Ni siquiera para que una ministra de educación, lea y aprenda (no de estas líneas, pero sí de los escritos de Francisco). 

Nunca es tarde. Mucho menos para que miles de pibas y pibes estén en la escuela, lugar donde, como dice el ministro de Educación de la Nación Jaime Perczyk, deben estar. 

La educación es un derecho y no un privilegio. Y el derecho a la educación es, a la vez, un imperativo ético. La inclusión en el sistema educativo de todos los pibes y las pibas, y sobre todo de aquellos que para ir a la escuela caminan por esos pasillos de las villas, es un deber, no una elección posible. No debemos permitir entrar en el plano de la política de lo posible, por medio de la cual insisten y perseveran en consolidar estructuras de desigualdad social. El derecho a la educación es una conquista que no se puede horadar. 

Esta triste noción de pérdida debe reconvertirse en un aquí y ahora urgente que implique no sólo la búsqueda, salvataje y acción de esos jóvenes sino también, junto con ellos y ellas, trabajar en la creación de más espacios de encuentro y políticas públicas inclusivas en torno a la práctica deportiva comunitaria. 

Y, sobre todo, debe generar una disputa ético-política que, de una vez por todas, descarte, no a los pibes y a las pibas, sino a las políticas liberales que no los tienen en cuenta y les niegan sus derechos. 

1.        “El deporte en la cultura del encuentro. Deporte y fe”, Víctor Francisco Lupo, ediciones Fabro, 2017

Fuente: Colectivo Dale

24 enero de 2022

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