José Luis Ponsico, el restaurador de sueños

Feb 24, 2020 | Carta de Lectores

Esta humilde columna solo quiere hacer justicia, enaltecer la figura de un reparador de sueños, un periodista que sigue apartando piedritas preciosas que se ocultan debajo del barro. Un hombre sabio, un joven de 73 años de vida que sabe que un buen periodista solo se jubila cuando muere.

 “Los hombres sensibles tienen decidido que solo los
sueños y los recuerdos son verdaderos, ante la falsedad engañosa de lo
que llamamos el presente y la realidad”.

Alejandro Dolina

Mundial de Chile. 30 de mayo de 1962, Rancagua. Una aglomeración de adolescentes muy futboleros del Colegio Nacional de Comercio espera con ansiedad su puntillosa crónica periodística de un partido clave para la Selección Argentina. El delantero albiceleste Héctor Facundo abre el marcador ante Bulgaria y  el alumno José Luis Ponsico comunica, desde la clandestinidad del aula, la noticia que llega a través de un grito de gol que explota en el parlante de una inmaculada radio a transistores que le regaló su papá. La tensión crece mientras transcurren los últimos minutos de juego.  El profesor de botánica desestima la  osada irreverencia del joven Ponsico e interrumpe la clase para preguntar cuánto falta para el pitazo final.

El tiempo corrió presuroso y la pelota aun gira indómita e irreverente en  la inmensidad de un imaginario campo de juego que atesora fracasos, éxitos, decepciones, sueños y un puñado de recuerdos que resisten estoicos los embates de quienes proponen el olvido.

Aquel muchacho que se soñaba periodista deportivo en la escuela secundaria, un mediocampista que compartía equipo en el Club  Florida, entre otros, con Juan Vicente Miccio, figura emblemática del combinado marplatense campeón del Torneo Argentino en 1970,  con lo años se erigió en un noble caballero de los medios de comunicación que trascendió las fronteras de su amada Mar del Plata. Un recordador, un restaurador de sueños, un reivindicador de almas humildes cuyas historias personales no alcanzaron  la gloria deseada o en algunos casos fueron víctimas de un abrumador destierro emocional.

Raúl Ramírez y Helmer Uranga moldearon periodísticamente a José Luis Ponsico, un joven cronista que aprendía a pasos agigantados los pormenores del oficio y que descubría en las primeras míticas reuniones de la redacción del diario La Capital de fines de los años 60´, que los paradigmas sociales y políticos que había heredado de su padre socialista y de su abuelo peronista, podían también desde  el periodismo gráfico convertirse en una herramienta imprescindible para construir una sociedad más justa, igualitaria y solidaría.

Amílcar González, un intelectual que escribía la sección de espectáculos del diario, Secretario General del Sindicato de Prensa desde 1970 a 1976, fue su maestro en la vida.  ¡Usted solo va a escribir de la pelotita?- fue el atrevido desafío de González para Ponsico,  un hombre del fútbol que dejaba entrever también en su discurso  una desbordante pasión militante setentista.

José Luis se sumó al gremio y fue partícipe de un proceso de transformación individual y grupal que potenció el accionar del sindicato. Fueron años prósperos para los trabajadores de prensa, con paritarias permanentes,  con designaciones y ascensos  profesionales debatidos  y avalados por la conducción y por cada uno de los agremiados.

Amílcar González, tras el golpe cívico militar del 24 de marzo de 1976, fue detenido y torturado por la dictadura. José Luis escapó hacia Capital Federal junto a su mujer  y sus dos hijos una noche de octubre del mismo año. Dos días después su departamento fue allanado por efectivos policiales.

En 2001 José Luis  y Amílcar fueron testigos claves en las audiencias de los Juicios por la verdad. Vale señalar que sus testimonios determinaron la condena de  ocho genocidas. 

En Buenos Aires José Luis alcanzó notoriedad profesional desde las páginas de Crónica, un reducto obligado según Héctor Ricardo García para los refugiados del peronismo de la derrota. Américo Rial Y Juan Carlos Cerro  confiaron en el “marplatense”, así lo habían bautizado en el diario  y le permitieron reconstruir su vida personal, gremial y periodística.

Su pluma reivindicadora y justiciera dio batalla en Crónica,  en Editorial Perfil, en Télam y en el Senado como Jefe de prensa del Bloque PJ  en la década del 90´. Su andar parsimonioso y bohemio le permitió compartir sus días con entrañables personajes del fútbol de los años 50´, 60´,  70´. Su prosa, síntesis perfecta entre los saberes tácticos estratégicos de Julio César Pascuato Juvenal y la literatura profunda anti sistema de  su admirado Dante Panzeri, rescata y rescató del olvido a admirables protagonistas de un tiempo de gloria, relegados luego a la oscuridad, a la incomprensión, al desamor.

“Muero por los olvidados”, me confiesa en una maravillosa charla de café. Lo escucho, aprendo, lo admiro. Una fría noche de invierno de 1969, cuando él tan solo tenía 21 años de edad, pudo tirar sus primeras paredes dialécticas con su maestro Dante Panzeri.  Fue en Top,  un café  ubicado en la esquina de Corrientes y Belgrano.  Estamos cerca de aquel punto de encuentro, es un mediodía de verano,  y yo lo miro tan embelesado como él miraba a Panzeri.

Esta humilde columna solo quiere hacer justicia, enaltecer la figura de un reparador de sueños, un periodista que sigue apartando piedritas preciosas que se ocultan debajo del barro. Un hombre sabio, un joven de 73 años de vida  que sabe que un buen periodista solo se jubila cuando  muere. Un peronista que no claudica, que alza sus banderas con el mismo fervor y las mismas convicciones juveniles que escribían en tiza y carbón: “Perón vuelve cuando se le canten las pelotas”.

José Luis Ponsico es un amigo leal, fiel. De manera aleatoria me nombra a su hermano de la vida Armando Fuselli, otro gran recapitulador del deporte marplatense, a Roberto Perfumo, a Daniel Passarella y a Juan Carlos Guzmán.

Cierta vez Daniel Onega dijo en Radio Nacional: “José Luis  hace diez años que está con nosotros y nunca nos pidió nada y además nos gratifica  por que él recuerda  jugadas que nosotros que las hicimos no la recordamos”.

Culmina la charla, nos despedimos y nos prometemos intercambiar pretensiosas reliquias periodísticas de la ciudad. Lo veo alejarse, invencible como un noble quijote que aun pelea contra molinos de viento, un recordador que todavía siente bajo sus talones el costillar de Rocinante y vuelve al  camino con su pluma y su adarga al brazo para enfrentar a quienes creen que los recuerdos son especies de sueños y por tanto solo merecen el desprecio.

Para el cierre de esta crónica una sabia reflexión de Alejandro Dolina. “Recordemos todo el tiempo. No olvidemos nada. Ni el color de nuestras corbatas perdidas, ni el olor a tiza y sudor del colegio, ni el calor del asfalto sobre los pies descalzos, ni el gusto a jazmín de los besos en la noche, ni el aroma de la untura blanca. Si nos espera el olvido, tratemos de no merecerlo. Y pensemos que después de todo, aunque la victoria final sea de los Amigos del Olvido, será un triunfo sin festejo”.

Mario Giannotti

Fuente: Lo Que Pasa Net

7 enero 2020.

https://www.loquepasa.net/2020/01/07/jose-luis-ponsico-el-restaurador-de-suenos/?fbclid=IwAR2XSWYPLK9_iL7-4aNa_eafZAuk1ETLfVbTBzCtkmlJeOXSgQcXPFYb5H8#comment-4144

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