El deporte es una actividad que favorece a la salud física y mental.
Pero además, también contribuye a armonizar al ser humano, individual o colectivo, con los medios naturales, aire, tierra, cielo, agua, nieve, según el ambiente donde se desarrolle, campo, monte, bosque, montaña, río, mar, lago, playa.
En tal sentido la personalidad del practicante se integra con el medio natural, compensando las tensiones a los que nos somete una vida social exigente e impiadosa.
Otra historia son las competencias deportivas, promovidas por las clases dominantes,
En algunos casos tan inhumanas como las luchas de gladiadores, o las actuales corridas de toros, aunque la magia de la imagen logre hasta mostrarlas atractivas.
La competencia desnaturaliza los objetivos del deporte, por no hablar del espectáculo deportivo, cuando intereses económicos bastardos se apoderan de la actividad.
¿De que Fair Play podemos hablar mientras los velocistas olímpicos se drogan para obtener, en torneos “de diamante”, recompensas millonarias?
Si el Barón de Coubertín, o Sir Stanley Rous se levantaran de la tumba, pedirían por favor que los volvieran al cajón, viendo en que terminó la competencia amateur olímpica que ellos propugnaron.
No es de extrañar entonces que las magníficas instalaciones deportivas, y el microestadio “Las Malvinas”, de Argentinos Juniors, hayan sido arrendados comercialmente con máximos beneficios para las personas contratantes, a costa de su uso por quienes disponen de menguados medios pecuniarios.
Para el fútbol espectáculo que mueve miles de millones de dólares, el deporte no competitivo no existe y considera el amateur apenas como el proveedor de la futura materia prima de negociados.
Atrás quedó esa Liga Obrera, constituida entre 1910 y 1920, origen de conocidos equipos de fútbol.
Y los escasos dirigentes que aspiran a una moralización son desplazados violentamente de los cargos directivos.
Exigir a quienes cocinan esa olla de millones, honestidad, sería como en su época pedirle a los gladiadores que no se hicieran “nana”.
Ello no implica desconocer la existencia de torneos futbolísticos barriales, u organizados por clubes sociales, ajenos a los manejos del profesionalismo.
Recordamos que en los años 50 del siglo XX llevábamos a nuestros hijos al circuito KDT (Hoy Club de Amigos) donde se corrían carreras de bicicletas, amateurs o casi.
En el terreno interior del circuito asistíamos gratis al campeonato de Palermo (totalmente amateur).
Un par de manzanas de potrero cercanas a Segurola y Jonte albergaban el torneo en el que jugaba el por entonces modestamente famoso “Banderín” de Villa Luro.
También concurríamos con pibes a la cancha para ver a los hacía pocos años profesionalizados, sin sufrir males mayores. Los que pretendían hacerse de algún mango, se contentaban con detentar dentro del estadio la venta de chuenga, o caramelos “alpino y limón cortado”.
Pero “El hincha” de la película de Discepolín, se ha convertido en los barrabravas que asesinan por “intereses”, protegidos por dirigentes que en mayor o menor medida son empresarios de la matufia.
Algunos con gran “experiencia” como capitalistas de juegos de azar, o degradadores del mundo televisivo, el de los espectáculos exitosos, verbigracia : creando el hábito de consumir “pescado podrido”
Bernardo Schifrin
24 de julio de 2013
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Ref: Nota publicada en TRASCARTÓN Adolfo Melnik, socio de Argentinos Juniors.
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