Por Damián Tabarovsky
¡Me perdí la primicia! Quiero decir: perdí de dársela a los eventuales lectores de estas notas. Lo había leído hace días en Folha de Sao Paulo, pero recién pude publicarlo hoy, sábado, mientras que otros medios argentinos se anticiparon. No importa. Porque no se trata de tener primicias, sino de intentar tomar el fútbol para pensar en él, para pensar más allá de él. La noticia: “Investigan a Bruno Henrique por beneficiar a su familia con las apuestas deportivas. El futbolista del Flamengo está bajo investigación por una expulsión dudosa en un partido ante el Santos en noviembre de 2023”.
¿Qué pasó? “Bruno Henrique, delantero y referente del Flamengo, fue allanado por la Policía Federal y el Ministerio Público de Río de Janeiro por favorecer a miembros de su familia y a un grupo de apostadores. La polémica data de un partido ante el Santos del 1º de noviembre de 2023, cuando se hizo expulsar de manera insólita sobre el final del encuentro. Las sospechas se despertaron a raíz de que tres empresas de la región notaron que, antes del encuentro, creció de manera exponencial la cantidad de apuestas que sostenían que el delantero iba a ver la roja sobre el final. También abrieron expedientes a sus familiares, ya que ellos invirtieron y ganaron dinero con aquella jugada”.
Aquí, como en Brasil, rige la presunción de inocencia y, a la distancia, no tengo tampoco posibilidad de tener una opinión clara sobre el affaire, por lo que no puedo opinar sobre la culpabilidad o no de Bruno Enrique, aunque, por supuesto, no me parece descabellado que algo así haya ocurrido (de hecho, hay tenistas condenados por perder a propósito luego de apostar contra sí mismos). Es que el problema no es, obviamente, Bruno Henrique, sino las apuestas.
Boca y River tienen en este momento casas de apuestas deportivas como sus principales sponsors, y semejante hecho no parece ser objeto de debate ni de discusión futbolera. ¿Se imaginan al periodismo empresarial cuestionando a los sponsors? Incluso, no hace mucho, en la tira deportiva vespertina de radio de mayor audiencia, escuché a sus periodistas jugar a que apostaban a tal o cual resultado, al aire, sin distinción entre la información y la publicidad, obviamente auspiciado por la casa de apuestas. (¿Pero todavía es posible distinguir el periodismo de la publicidad?).
En mi opinión, hay que prohibir no solo las apuestas (algo utópico, lo reconozco) sino también el esponsoreo en los clubes, como ocurre, por ejemplo, en España desde 2021. ¿Equipos gigantes como Boca y River no encontrarían otro sponsor que les pague bien? Las casas de apuestas forman parte del clima de época. Un tiempo marcado por el sálvese quien pueda, por el individualismo, por la fascinación por las criptomonedas y la guita fácil, por un capitalismo financiero global sin control, depredador de la vida en común y de cualquier tipo de solidaridad. El fútbol no solo no es ajeno a esta historia, sino que ocupa un lugar central.