LIBRO: Argentinos con Fuego Sagrado — de Claudio Federovsky

Jul 18, 2016 | Información General

 

 

 

INTRODUCCIÓN

Año bisiesto, año olímpico

 20160718Tapa Libro

La fiesta deportiva más grande del mundo, la que se prepara cada cuatro años, está a punto de comenzar. Por primera vez en la historia, la anfitriona es una ciudad sudamericana, Río de Janeiro. La lista de invitados ya está confeccionada, y sólo incluye a los mejores exponentes de cada disciplina. Se escucharán las voces de los privilegiados protagonistas que hablarán de sueños, de metas, de expectativas; aparecerán sorprendentes historias de vida que relatarán sacrificios y conquistas y tendremos, ante nuestra vista, actuaciones que nos harán esforzar al máximo para tratar de encontrar nuevos adjetivos calificativos.

Se trata, apenas, de diecisiete días de competencia en los que conviven diez mil deportistas, representantes de doscientos países, en un encuentro deportivo, social y cultural como no hay otro en nuestro tiempo. Religiones, idiomas, creencias, costumbres e ideologías quedan en un segundo plano frente al espíritu dominante de intentar plasmar, a través de la velocidad, la fuerza o la destreza, los resultados de años de entrenamiento. El más alto rendimiento volverá a exaltar virtudes y capacidades en una actividad que, en el otro extremo, resguarda los primitivos valores del acto lúdico con el cual se iniciaron todos sus cultores.

Un francés, el barón Pierre de Coubertin fue, allá por 1894, el autor de la idea original. Más de un siglo después, los Juegos Olímpicos se muestran fortificados, cada vez más inclusivos, y desafiantes de los inevitables y lógicos problemas coyunturales que encuentran en su camino. Sólo la Primera y la Segunda Guerra Mundial obligaron a la suspensión de este acontecimiento cuatrienal que supone la clausura de ese período intermedio al que llamamos “olimpíada”.

 

Motivo de inspiración

 

Para un periodista abocado a los avatares del deporte, no hay examen por delante más atrapante, exigente y enriquecedor que la cobertura de unos Juegos Olímpicos. Se trata de un auténtico “posgrado” en el cual se está expuesto a interpretar lo sustancial de tanto nombre, tanto número, tanto récord que la competición va arrojando. La gran ventaja es que el fuego sagrado que lleva consigo cada deportista, es una gran fuente de inspiración que obliga a ser preciso en cada narración en la que, muchas veces, se mezclan las matemáticas, la poesía y la pasión.

En un recorrido iniciado en 1988, he tenido la posibilidad y el gran disfrute de haber estado presente en las últimas siete citas olímpicas. Como enviado especial de diferentes medios gráficos y audiovisuales visité siete ciudades maravillosas (Seúl, Barcelona, Atlanta, Sidney, Atenas, Beijing y Londres), cada una con su historia, su perfil propio y una particular simbiosis con el montaje olímpico. Conocí gente y sitios inolvidables, perdí valijas, vi reír y llorar, y hasta estuve cerca de ir preso. Todo en un alocado frenesí donde muchas veces, y por el cambio horario, el día y la noche se confunden, el descanso es escaso y el alimentarse es algo que sucede cuando hay tiempo libre; y normalmente no hay mucho.

Fui testigo de la carrera entre Ben Johnson y Carl Lewis y de los notables récords de Usain Bolt. Compartí la tensión de gimnastas rusas y rumanas y me encandiló Michael Jordan con su “Dream Team”. Además, vibré, sufrí y gocé con momentos únicos que nos regalaron campeones como Steffi Graf, Michael Phelps, Yelena Isinbayeva y Naim Suleimanoglu, por citar a unos pocos.

Pero todas esas asombrosas manifestaciones, muchas de ellas artísticas, otras casi rozando la perfección en lo que a ejecución se refiere, se observan con una distancia que es difícil mantener cuando se trata de argentinos con fuego sagrado. El foco es diferente si en el centro de la escena está la mirada de Sabatini, el grito de Ginóbili, la garra de Pareto, el festejo de multimedallistas como Espínola y Aymar, las lágrimas de Del Potro o el emocionado ramillete de los muchachos del vóleibol de Seúl ´88. Son imágenes de mucha prepotencia que, quiérase o no, contagian y obligan a quienes tenemos un micrófono o un teclado, a acertar en la descripción de hechos que, desde el mismo momento en el que se producen, quedan incorporados a nuestra rica historia deportiva.

 

Relatos, vivencias e historias

 

Este libro fue pensado muchas veces pero se convierte en realidad ahora gracias a la predisposición, el entusiasmo y el empuje de la gente del Laboratorio Gador, para la que tengo un agradecimiento eterno. Las siguientes páginas vuelcan relatos, vivencias e historias de un centenar de destacados deportistas olímpicos que han representado a la Argentina en su historia. Por cierto que la selección fue caprichosa, como sucede cada vez que se trata de elegir, y no fue fácil ya que hubo que optar entre casi dos mil olímpicos, todos ellos con argumentos más que válidos para merecer su espacio. Tras la decantación, quedaron en esta edición muchos medallistas, pero no necesariamente todos, y se ha incluido a célebres figuras algunas de las cuales, incluso, tuvieron fallidas actuaciones. También aparecen nombres que pueden no resultar muy familiares pero que, por distintas circunstancias, han sido protagonistas de un devenir con un marcado paso por el deporte aunque no siempre el cuento haya acabado allí. Los recuerdos nos hablan de alegrías y sinsabores, de momentos gloriosos y prohibiciones absurdas, de “avivadas criollas” y de dolores difíciles de olvidar. Se narran detalles de las competencias, anécdotas de viajes y de convivencia y, en muchos casos, el día después de campeones reconvertidos en políticos, juristas, actores o profesionales con fuerte impronta en la vida argentina.   

Un compatriota formó parte del selecto grupo que en 1896 firmó el acta fundacional del Comité Olímpico Internacional y hubo otros, dispersos por el mundo, que lograron competir bajo la bandera argentina en los albores de esta historia. No obstante, la primera delegación formal fue aquella que, luego de un decreto de necesidad y urgencia del presidente de la Nación de turno, viajó a París en 1924. Desde entonces, en cada edición olímpica hubo una representación nacional con la excepción de los Juegos de Moscú ’80 a los cuales no se acudió por una decisión gubernamental.

A lo largo de mis treinta años de tarea periodística dedicada al seguimiento de la actualidad y a la investigación de hechos pasados, he tomado contacto con cientos de olímpicos argentinos muchos de ellos, desafortunadamente, ya fallecidos. Algunas de las historias vividas junto a ellos, o que me fueron contadas en distintas entrevistas, más la memoria de sus familiares cercanos, son parte del material que leerán a continuación. Asimismo, se encontrarán con recuerdos propios de las siete experiencias que me tocó vivir y otros que, con gran generosidad, y tomándose preciosos tiempos, me detallaron especialmente para esta obra muchos deportistas, algunos que continúan en actividad, otros que no hace tanto tiempo dejaron de competir y un buen número que, vaya a saber por qué motivos, están injustamente olvidados.

 

Aquel lejano punto de partida

 

Me reconozco como un apasionado del movimiento olímpico, y de sus cultores; lo tengo muy claro, aunque me cueste precisar desde cuándo. No obstante, se me ocurren dos momentos -distantes en el tiempo entre sí- a los cuales “responsabilizar” por este enamoramiento. El primero ocurrió en 1972, cuando estando a punto de terminar la escuela primaria y siendo un ajedrecista en ciernes, me enteré escuchando “La Oral Deportiva” que terroristas habían matado a un grupo de deportistas en medio de eso que llamaban “Juegos Olímpicos”. Fue impactante y eso me llevó a preguntar y a averiguar más sobre el episodio ocurrido en Munich.

El segundo, algo más de una década después, tuvo lugar cuando luego de deambular por las aulas de unas cuantas facultades de la Universidad de Buenos Aires, decidí ingresar a la Escuela del Círculo de Periodistas Deportivos. Para mi sorpresa, más allá de una redacción y de un interrogatorio sobre lógica filosófica, en el examen por rendir no había nada sobre fútbol. No, el cuestionario deportivo versaba sobre la “Historia de los Juegos Olímpicos”.

Luego, fue el ejercicio de la profesión el que me fue llevando a adentrarme en un maravilloso mundo que reúne ingredientes únicos con hechos y personajes que, en determinados casos, ni la mejor ficción hubiera podido imaginar y que, en lo personal me han marcado a fuego. A fuego sagrado.

                                                           Claudio Federovsky

 

 

Claudio Federovsky nació en Buenos Aires en 1960. Es periodista, especializado en deporte, desde 1984.

Trabajó en diferentes medios escritos (La Prensa, La Razón, El Gráfico, El Cronista) y audiovisuales (Radio Continental, Radio del Plata, Radio América, Radio Belgrano, Radio El Mundo, Canal 13, Canal 7, Canal à, CBS Telenoticias, Telesur).

Amante y estudioso del mundo olímpico, fue enviado especial a los Juegos de Seúl ’88, Barcelona ’92, Atlanta ’96, Sidney 2000, Atenas ’04, Beijing ’08 y Londres ’12 y a los Juegos Panamericanos de La Habana ’91, Mar del Plata, 95, Winnipeg ’99, Santo Domingo ’03, Río de Janeiro ’07 y Toronto ’15.

Fue docente de «Olimpismo» en la Universidad Nacional de Lomas de Zamora y en las escuelas terciarias DeporTea, Círculo de la Prensa, RadioTea e Instituto 20 de Junio. Jurado de «Historia de los Juegos Olímpicos» en el ciclo televisivo «Tiempo de Siembra».

 

 

 

 

 

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