16 de septiembre: El día que empezaba nuestro genocidio deportivo

Sep 15, 2020 | Opinión

La decadencia del deporte nacional

Hace ya 48 años, en el apogeo de la “Revolución Libertadora” comandada por el general Pedro Eugenio Aramburu y el almirante Isaac Rojas; cuando se fusilaban militantes políticos en los basurales; se derogaba la Constitución Nacional por una proclama y la sola tenencia de una foto del General Perón o Evita era suficiente para ir a parar a la cárcel o quedar sin empleo; en ese contexto se asestó al deporte argentino un golpe del que aún no ha podido recuperarse totalmente.

Para calibrar la magnitud de la tropelía cometida hay que hacer una breve historia.

Para un pueblo de deportistas como el argentino, “sería una insensatez afirmar que el auge del deporte comenzó con el advenimiento del justicialismo. Lo que sí es verificable, es que en el marco de dignificación que experimentó la Argentina entre junio de 1943 y septiembre de 1955 (con el 17 de Octubre de 1945 como su máxima expresión pública), muchísimos más argentinos ejercieron el derecho al deporte y los más calificados exponentes encontraron decidido apoyo para maximizar sus talentos”.

Para los que se creen inventores del «deporte con todos», hay que recordar que por ese entonces, cuando no había Secretaría de Deportes de la Nación; la Fundación de Ayuda Social Eva Perón, organizaba los “Campeonatos Infantiles y Juveniles Evita”. La Confederación General del Trabajo (CGT) los “Campeonatos de los Trabajadores”; el Comité Olímpico Interuniversitario, las “Olimpíadas Universitarias” y la Unión de Estudiantes Secundarios (UES) con el Ministerio de Educación los “Campeonatos Intercolegiales”. Eso sin olvidar las actividades propiciadas por las Federaciones nacionales; la CAD; la Federación de Clubes Sociales y Deportivos Amateur (FECSYDA), para los clubes de barrio y la iniciación deportiva, en los Ateneos Eva Perón, conducidos por los mejores deportistas nacionales.

Deportivamente hablando hacia junio de 1943, Argentina era una potencia. El gobierno revolucionario, primero, y luego el peronismo, decidieron incrementar esas posibilidades y es así como se participó con una nutridísima delegación en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948. Se organizaron en Buenos Aires, el Mundial de Tiro en 1949, el Primer Campeonato del Mundo de Basquetbol en 1950, los Primeros Juegos Panamericanos en el verano de 1951 y la primera prueba a nivel nacional de la Fórmula1, en el flamante autódromo en 1953, entre otros grandes torneos. Se participó en los Juegos Olímpicos de Helsinki en 1952, donde el 23 de julio se consiguió la última medalla de oro para nuestro país en el siglo XX y en los Juegos Panamericanos de México en marzo de 1955, donde se consiguió la última hazaña deportiva colectiva de nuestro deporte.

Por supuesto que el apoyo no se agotaba en estos acontecimientos, sino que se los menciona dado que eran los foros máximos para el deporte continental y mundial.

Contra lo que algunos ligeramente sostienen, el deporte en «la nueva Argentina» no era dirigido por el Gobierno. Y ello no podía ser de otra manera, ya que la Doctrina Nacional en materia de acción cultural (que es donde se encuadraba lo deportivo) sostiene que: «El desarrollo ejecutivo de la acción cultural (deportiva) corresponde a las organizaciones correspondientes del Pueblo…» (Decreto 13.378/54). Por ello no es de extrañar que por el Decreto 18.678/54, el Gobierno reconociera a la Confederación Argentina de Deportes (CAD), y “como misión concurrente”, la dirección de los Deportes.

Las frías estadísticas permiten verificar que para 1955, la Argentina deportiva había alcanzado los máximos niveles. Por ello se esperaban con mucha fe los Juegos Olímpicos que habrían de desarrollarse al año siguiente.

Pero la “fobia gorila” demostró también que en este sector, tan caro a los sentimientos del Pueblo y del mismísimo general Perón, había que dar un escarmiento aleccionador. Y así con la “Libertadora» apareció la triste intervención del general Fernando I. Huergo” a la “Confederación Argentina de Deportes y al Comité Olímpico Argentino (CAD-COA) y la suspensión de por vida para la práctica deportiva a centenares de atletas de primer nivel. 

«El libro negro de la Segunda Tiranía»  y la “historia viva” demuestran fehacientemente lo que tuvieron que pagar nuestros mejores deportistas por dedicarle sus triunfos internacionales (que nadie les facilitaba) o por “percibir el reconocimiento a sus conquistas” de Perón, el “tirano depuesto”. Por ello fueron suspendidos de por vida los campeones mundiales de basquetbol, el remero olímpico Guerrero, los corredores Osvaldo Suárez y Walter Lemos y hasta el campeón sudamericano de bochas, el cordobés nacido en Las Varillas, Roque “Chilin” Juárez, entre otros tantos grandes atletas.

Al respecto vale recordar a la «Comisión Investigadora de Irregularidades Deportivas Nº 49”, que funcionaba en dependencias de la Vicepresidencia de la Nación, a cargo del almirante Isaac Rojas, con la base ideológica del Decreto Nº 4161 del 5 de marzo de 1956.  

Algo de esta “venganza política” se puede vislumbrar en dos notas de la revista «El Gráfico». La del 6 de enero de ese año titulada “A los pecadores: ¿Perdonarlos o Castigarlos?” escrita por Dante Panzeri donde entre otros conceptos se expresaba: “Ante el delito de la motorización, no es el caso de despreciar ni humillar a nadie. Pero el deporte argentino sólo se reconstruirá cabalmente desechando en su futura edificación hasta el último escombro del bochornoso decenio pasado. La audiencia se dispone ahora a escuchar sentencia. Nosotros también”.

Yla otra en la edición 1942 de la misma revista, con fecha 9 de noviembre de 1956, que firmaron los periodistas Dante Panzeri y Alberto Saloto, donde se seguía con la misma prédica.

Pero para que el castigo sirviera de ejemplo, la intervención del COA escogió como método de sanción (la decisión se tomó el 29 de octubre de 1956) el de la “no concurrencia” a los Juegos Olímpicos de Melbourne, de aquellos deportistas que tenían verdaderas posibilidades de podio pero que estaban sindicados como afines al “régimen depuesto».

Para poder calibrar en su justa medida este atropello a los derechos humanos habría que recordar que el “óptimo deportivo” es irrepetible; si a un músico le prohíben un concierto, o a un pintor le prohíben pintar por un tiempo, o aún a un poeta escribir por años, los talentos no se resienten. Pero a un deportista de nivel mundial, unos meses pueden resultarle fatales y sobre todo en los Juegos Olímpicos, que se celebran cada cuatro años.

La “soberbia gorila” consumó sus propósitos, a despecho de la ola de protestas internacionales (disimuladas en ese momento por la prensa local) y así nos quedamos sin varias medallas olímpicas más. (Ver “proyecto de resolución”, en octubre de 1958, del diputado radical Zarriello, por el cual solicitaba la investigación legislativa a la fatídica Comisión 49, que había suspendido a los deportistas argentinos de elite).

Un ejemplo siempre suele aclararlo todo. Ajustando sus preparaciones con vistas a Melbourne, entre febrero y julio de 1956 los corredores de fondo, Osvaldo Suárez y Walter Lemos, fueron batiendo sucesivamente el récord sudamericano de 10.000 metros. El 18 de marzo, Suárez registró 30 minutos 15 segundos y el 24 de marzo, Lemos hizo 30 minutos 10 segundos.

El 7 de julio de 1956, en una memorable carrera, Suárez bajó la marca, su propio récord sudamericano de 10.000 metros, a 29 minutos 49 segundos 9 décimas, y Lemos a 29 minutos 50 segundos y 4 décimas.

Pero a estos dos atletas no los dejaron viajar, y lo mismo les ocurrió a muchos otros, pese a que tenían posibilidades de llegar al podio. Y después de los Juegos de Melbourne (para que no quedara duda de que no se los dejó ir por revanchismo político) se les levantó la suspensión.

En la San Silvestre largada a la medianoche del 31 de diciembre de 1957 (según la tradición, el primer día del año siguiente, 1958), Suárez le ganó al ruso Vladimir Kutz (bicampeón olímpico en Melbourne) y Lemos al recordman inglés Gordon Pirie.

Estos triunfos (conscientes o no) fueron una muestra aún no valorada en su real dimensión de “la resistencia deportiva peronista”, que luego tendría una gran cantidad de ejemplos recordados en este libro.

Consecuente con la política de destrucción del hombre argentino, instaurada casi sin interrupciones desde septiembre de 1955, el deporte fue deliberadamente debilitado, a tal punto que hoy es casi imposible retornar al nivel perdido. Si es que actualmente vale la pena tomar el nivel olímpico como referencia válida, habida cuenta de la alteración humana (especialmente el doping) que vienen experimentando los últimos Juegos Olímpicos.

Lo precedentemente expresado y lo que expresamos en los próximos capítulos, da sustento a nuestra afirmación de que en 1956 se perpetró en la Argentina, un verdadero genocidio deportivo(Término del licenciado Alfredo Armando Aguirre, autor de numerosos escritos sobre la actividad deportiva argentina, acuñó esta frase en una nota publicada en el diario “La Reforma” de Gral. Pico, La Pampa)

Fuente: Libro “HISTORIA POLITICA DEL DEPORTE ARGENTINO” de Víctor F. Lupo. Ed. Corregidor 2004

victorflupo@gmail.com

 

DEL GENOCIDIO DEPORTIVO ARGENTINO

(A modo de Carta abierta)

Por Alfredo Armando Aguirre *

Comienzo esta carta abierta, recordando aquella canción que Lito Nebbia, escribió para la película del extinto Mignona“Quien quiera oír que oiga”. Ya casi sexagenario no he renunciado al supremo objetivo de la unidad nacional argentina, más desde mi veteranía veo una censura casi irrestañable entre  mis coetáneos y coetáneas que creen firmemente que los males de este país empezaron en 1943, y quienes creemos convencidos que la madre de todos los males es la autodenominada “Revolución Libertadora”, de Septiembre de 1955, cuyo prólogo fue el bombardeo de la Plaza de Mayo el 16 de junio de ese año.

No se me escapan que las camadas mas jóvenes, tiene otras líneas históricas de corte. En los medios de comunicación “políticamente correctos” esta censura entre “gorilas” y “peronachos”, esta soterrada. Pero fuera de las cámaras, los micrófonos y los grabadores cualquiera tiene vivencias que la censura aflora. Y es hasta tragicómico como los herederos de los bandos, hasta ahora irreconciliables, tiene cada uno un vademécum, que evidencia casi la coexistencia traumática de dos países que viven sobre un mismo territorio.

Cuando días pasados, me tocó presenciar el reconocimiento de un grupo de deportistas cuyas exitosas trayectorias habían sido truncas, por el solo hecho de que el cenit de sus carreras coincidió con en singular apoyo que el deporte*

 recibió entre junio de 1943 y septiembre de 1955, un torbellino de emociones se apodero de mi sensibilidad. Sin desmerecer al resto de los justicieramente homenajeados, allí estaban físicamente presentes, dos personas que han significado mucho en los momentos cruciales de mi formación y en los momentos más difíciles que he pasado en mi existencia. Allí estaban para ser homenajeados los maestros Osvaldo Suárez y Walter Lemos; este ultimo poco menos que mi padre espiritual. Pero junto a ellos, yo también «veía» al Negrito Bustamante, a Roger Ceballos y al “Cabecita Reinaldo Gorno”, en ellos recordaba a aquel adolescente que con todos sus poros absorbía las enseñanzas recibidas en el Parque Villa Dominico, allá por la década del sesenta. Ellos contaban con el lenguaje sencillo de los hombres de trabajo, como les habían impedido viajar a las Juegos Olímpicos de Melbourne, y lamentaban mas la prohibición a Gorno, (a quien habían suspendido de por vida) porque Gorno estaba en el tramo final de su vida deportiva y todo indicaba que era un potencial medallista olímpico. Las sanciones que no fueron para todos (hubo quien se retracto), eran por haber recibidos premios por haber ganado los Panamericanos o por haber recibido una motoneta al primero en una reñida carrera entre El Obelisco y La Quinta de Olivos.  Y me constan que esos hombres que escuchaba con mi admiración de adolescente eran peronistas y se preocupaban para que yo no dijera cosas que podrían costarme la expulsión del colegio donde estudiaba…

Los muchachos se consolaban de la suspensión, porque recordaban que cuando les levantaron la suspensión, luego de las olimpiadas que se realizaron entre fines de noviembre y principios de diciembre, habían batido nuevamente el récord sudamericano de 10.000 metros y cuando llegaron Vladimir Kutz y Gordon Pirie, que habían obtenido las medallas que no pudieron disputar, tanto en las calles de San Pablo (Brasil) como en la pista de Pacaembu, les habían ganado…

Fue casi al final de la década del sesenta, cuando le comente a Lemos que había conocido al general Huergo. Empezando por la opinión que el mismo le merecía, y los lectores pueden imaginar los epítetos, Lemos me contó como ese señor (que por entonces presidía la Federación Deportiva Militar Argentina, creada por el presidente Perón en 1952) le había prohibido viajar a la Unión Soviética, de donde lo habían invitado porque había batido el record sudamericano de 30 kilómetros en pista, a solo 11 segundos del record mundial por entonces en manos del legendario Emil Zatopek. Esa prohibición de viajar era extensiva a Lolita Torres, muy popular entre los rusos a quien también habían invitado.

Uno fue creciendo, y cobrando mas conciencia de las vesanias de la «Libertadora». Ello nos motivó a estudiar con la documentación existente, acerca de aquellos relatos oídos en la adolescencia y fue allá por 1986, que a invitación de Víctor Lupo, escribí una nota para una revista de poca circulación, titulada “Tercera Posición”, donde plasme aquello del “Genocidio deportivo de 1956”. En ese artículo ya planteaba el contexto en el que se decidió castigar a la elite deportiva argentina por “haber adherido” al régimen depuesto. Eran tiempos donde Amnesty Internacional no existía (se creó en el año 1961), la Legitima Constitución Nacional reformada en 1949, había sido derogada por un proclama revolucionaria y restaurado por ese bando, todo el ordenamiento jurídico persistente, derogándose asimismo las constituciones de las Nuevas Provincias de Presidente Perón, Eva Perón y Misiones. Eran los tiempos del decreto Ley 4161/ 56, que en un festival de violaciones a los derechos humanos se llevaría todos los premios. Eran los tiempos donde se fusilaba militantes en basurales, donde miles de personas fueron encarceladas y otros tantos cesanteados de su trabajo.

Eso si, toda esa vesania contaba con el beneplácito de todos los partidos políticos, intelectuales y toda la Argentina “tilinga” al decir de Jauretche. El comunista “Norteamerico” Ghioldi justificaba los fusilamientos diciendo que “se acabo la leche de la clemencia”. Por eso el punzante Jauretche decía que en vez de “Libertadora” debía llamarse “Revolución Fusiladora”.* Desde la Junta Consultiva los políticos (de todos los partidos, con excepciones como Abelardo Ramos y Enrique Ariotti) avalaban todas estas tropelías que culminaron con la Convención Constituyente trucha de 1957, cuya truchez llego al paroxismo cuando al ver que sus aliados se pasaban de rosca, el “gobierno provisional”, generó una falta de quórum y sanseacabó la Convención.

En el caso especifico del deporte, la proximidad de las olimpiadas de Melbourne, fue considerada como una ocasión para dar un castigo ejemplar a los deportistas galardonados por el peronismo por sus meritos deportivos. El 28 de septiembre de 1955, el dictador Lonardi, había designado interventor en la Confederación Argentina de Deportes y en el Comité Olímpico Argentino (CADCOA), al Coronel Fernando Huergo, con facultades para intervenir a todas las Asociaciones y Federaciones Deportivas que considerara necesario. Cabe recordar que este Huergo había integrado en su condición de sablista tanto la delegación a los Juegos Olímpicos de Londres de 1948, como la delegación a los Panamericanos de Méjico de marzo de 1955.

Estos Panamericanos a la luz de los acontecimientos de septiembre, habían de ser el parámetro para medir los progresos alcanzados por el deporte como fruto de la política pública del gobierno en el sector. Allí a pesar del handicap en contra de la altura, la delegación argentina resultó segunda, relegando a los norteamericanos en disciplinas que se consideraban imbatibles (Todo esto puede leerse con algunos detalles a través del corresponsal de «La Nación» en esos Juegos, un tal Ernesto Guevara de La Serna, que luego sería conocido como “El Che”).

Lo concreto es que con ese basamento, aun habiendo mediado el golpe de estado, el deporte argentino, estaba en posición de obtener medallas. Pero aquí se produjo una alianza táctica entre el representante del estado argentino (Huergo) y el tristemente famoso Avery Brundadge, mandamás del Comité Olímpico Internacional (COI). Por distintos motivos Brundadge y los gorilas argentinos, querían que los argentinos sacaran menos medallas. Y a pocas semanas de partir la delegación, hicieron su propia “selección” inversa, dejando en Argentina a seguros medallistas no solo a los mencionados Suárez, Lemos y Gorno, sino a remeros, básquetbolistas y otros potenciales medallistas. El escándalo fue grande, pero como se sabe el peronismo tenía “mala prensa internacional” y desde aquí, los mismos que justificaban los fusilamientos, producidos meses antes, no tuvieron empacho en bancar a Huergo. De todos modos y para que se refuerce la argumentación del “castigo ejemplar”, la suspensión a casi todos, les fue levantada después de las olimpiadas. Pese a todo fue un escándalo internacional (sobre el que poco se ha investigado). De todos modos dejó huellas tan hondas esta intervención Huergo, que en marzo del 76, se buscó una solución “prolija», a la que se prestaron muchos dirigentes. Con esa “prolijidad” intentaron durante la Dictadura Militar disolver la Confederación Argentina de Deportes, pero la maniobra fue abortada en las postrimerías del Proceso.

Mas cercanos en el tiempo, y en el marco de  nuestras investigaciones académicas sobre le periodo 1943-55, las que ineludiblemente nos llevan tanto a investigar la etapa precedente, como lo acaecido en la «Libertadora», nos “desayunamos» que mientras se cometía una suerte de genocidio interno, el “Gobierno Provisional” ratificaba la convección internacional contra el Genocidio. Era tan natural para ellos lo que estaban haciendo, que ni se les ocurrió relacionarlo con lo que estaban perpetrando. En esa época, la represión era tanta y la complicidad de la clase media tan flagrante, que nadie reparó en el dislate.

La recuperación de las instituciones democráticas ha sido acompañada por una creciente sensibilización en materia de derechos civiles y humanos, que no existía cuando los acontecimientos que estábamos evocando. ¿A quien se le iba a ocurrir entre los afectados en 1956, que se le afectaban los derechos humanos? ¿A quien que lo que se hacia desde la intervención Huergo, era “terrorismo de estado? ¿A quien que se trataba de un crimen de «lesa humanidad”?.

¿A quien se le iba a ocurrir por entonces, como atinadamente lo manifestara el Ministro de Educación de la Ciudad (Alberto Sileoni), en la reciente ceremonia de reconocimiento (Premio Dignidad Mary Terán de Weiss), que estos deportistas eran una suerte de “desaparecidos”? Y en este punto valga contrastar la alegoría de este ministro de un gobierno constitucional, con la memoria del Ministro de Educación de la «Libertadora» (el radical Acdel Salas), quien catalogó lo perpetrado en materia de educación física y deportes como lo más oprobioso del “régimen depuesto”.

Lo precedentemente escrito esta motivado por el reciente proyecto de declaración deldiputado radical de la ciudad, Carlos Logusso, que considera que el Director de Deportes, Víctor Lupo, ha cometido una demasía el haber empleado la calificación de “Genocidio Deportivo”, al acto de terrorismo de estado; al crimen de lesa humanidad perpetrado con la elite deportiva peronista en Octubre de 1956. Es curioso como por los mismos fundamentos que el legislador de la ciudad utiliza para su proyecto, pueden servir para fundamentar lo atinado de la denominación. Una vez más aquello: “En este mundo traidor / Nada es verdad ni mentira / Todo es según el color del cristal con que se mira”.

Hace pocos meses el Poder Ejecutivo Nacional ha depositado el instrumento de ratificación por el cual el Parlamento argentino adhirió a la “Convención sobre la imprescriptibilidad de los crímenes de lesa humanidad”. No hay que forzar mucho la argumentación para encuadrar la vesania cometida por la intervención estatal en asociaciones deportivas y en sus representantes. Como lo sostuvimos, en aquel ya lejano artículo de 1986: A un poeta se le puede prohibir escribir por un tiempo, a un músico interpretar, a un escultor esculpir, y a un músico componer e interpretar. A un deportista de alto rendimiento, de vida activa muy efímera, suspenderle el ejercicio de su talento durante un periodo por más breve que sea, es literalmente “cortarle las piernas”.

Ciertas calificaciones no son materia de cantidad sino de calidad. Por eso con los mismos argumentos que utilizó ese legitimo representante del pueblo, en ejercicio de sus legitimas atribuciones, para considerar desatinado el empleo del concepto “genocidio deportivo”yo con una base argumental, que puedo hipotizar y que no contaron el legislador ni sus colaboradores, estimo que sí, ha sido atinada la calificación empleada por el hermano y circunstancial funcionario Víctor Lupo, en el acto de desagravio “Premio Dignidad”: “La reparación tardo medio siglo. Por suerte algunos de los damnificados pudieron presenciarla”.

Lic. Alfredo Armando Aguirre

D.N.I. 8.353.950

Buenos Aires, lunes, 11 de diciembre de 2006

* A. A. Aguirre, uno de las mayores investigadores de nuestra cultura popular

* Nombre puesto por el filósofo y periodista tucumano José Luis Torres

En el área deportiva se cometió un verdadero “Genocidio Deportivo”, terminó desarrollado por el Lic. Alfredo Armando Aguirre, recientemente fallecido, a través de las Comisiones Nº 49 y Nº 13, impuesta por la Dictadura Cívico-Militar.

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