Deporte viril, para gente de a caballo, audaz y valiente, el Pato se practica en nuestras tierras desde principios del siglo XVII, tal como lo muestra una crónica de Félix de Azaraen la que relata una “corrida” realizada en Buenos Aires en 1610 (30 años después de la Segunda Fundación de Buenos Aires, por Juan de Garay), con motivo de las fiestas de beatificación de San Ignacio de Loyola.
Dice el naturista Azara: “Se juntan para ésto dos cuadrillas de hombres de a caballo y se señalan dos sitios apartados como de una legua (cinco kilómetros aproximadamente). Luego cosen un cuero en el que se ha introducido un pato vivo que deja la cabeza afuera, teniendo el referido cuero dos o más asas o manijas, de las que se toman los dos más fuertes de cada cuadrilla en la mitad de la distancia de los puntos asignados y metiendo espuelas tiran fuertemente hasta que el más poderoso se lleva el pato, cayendo su rival al suelo si no lo abandona. El vencedor echa a correr y los del bando contrario lo siguen y lo rodean hasta tomarlo de alguna de las manijas, tiran del mismo modo, quedando al fin vencedora la cuadrilla que llegó con el pato al punto señalado”.
El jesuita Diego de Torres Bello escribía una primera misiva a sus Superiores, el 16 de junio de 1610 contando que en todas las ciudades del Río de la Plata se había celebrado con actos religiosos, sociales y culturales la beatificación del fundador de la Compañía de Jesús, San Ignacio de Loyola. Y que en Buenos Aires, “hizo su oficio la artillería y mosquetería, y salieron algunos con intenciones de regocijo a correr patos delante de nuestra iglesia (…). Dos grupos de jinetes corrieron patos delante de nuestra Iglesia (Fue en medio de lo que hoy es la Plaza de Mayo). A todos causó admiración verlos así a ellos, como a los caballos que parecían incansables corriendo con tanta incomodidad”.
La segunda misiva enviada, del 4 de Abril de 1611, llama mucho la atención, que los participantes fueron dos tribus indias, y por cierto que los españoles, con toda lógica, no les facilitaban caballos ni les permitían montar dado que el caballo era una de sus principales armas de conquista y guerra. Sin embargo, Torres Bello consigna que “padres procedentes de Córdoba estimularon con premios a indios del valle calchaquí para que tiraran flechas a la sortija y corrieran patos”. Los locales, indios Calchaquíes, vencieron a los visitantes, que eran Huachipas. No se refiere en nada en lo que hace al juego y su desarrollo. Su lectura hace suponer que perseguían patos vivos que andaban por las calles de Buenos Aires y por los valles. (Copias de las cartas en el Colegio del Salvador
Ni los españoles introdujeron este bravío deporte, ni lo hallaron como práctica entre los indígenas. Lo primero es evidente, pues era un deporte desconocido entonces y aún ahora en España. Pero tampoco pudo provenir de los indios, pues éstos no tenían caballos, que fueron traídos por los españoles en la primera mitad del siglo XVI. Parecería que se trata de un juego criollo, elaborado y planeado por los conquistadores mismos, o por sus inmediatos descendientes.
Don Pedro de Mendoza fue el introductor del caballo por estas tierras en 1536, aunque su descendencia (las manadas) fueron producto de los pocos que abandonó en 1541, don Domingo Martínez de Irala al abandonar Buenos Aires. Se habló de cinco yeguas y siete padrillos que se acrecentaron casi hasta el infinito junto con los que trajo Alvar Núñez Cabeza de Vaca, quien incursionaba por estos pagos del Sur, en su marcha desde la costa brasileña hasta el Paraguay. Y en ese mismo año, 1542, por los que trajo Diego de Rojas y en 1550, por los que sumó Juan Núñez del Prado, ambos en sus incursiones por el norte de nuestro país. Juan de Garay, hacia 1581, estimaba en 80.000 los caballos que vagaban salvajes (cimarrones) en un perímetro de 30 leguas alrededor de Buenos Aires.
Catorce años después, en 1595, cuando el rey solicitó al gobernador del Río de la Plata, Diego Rodrigo Valdés de la Banda, un informe sobre la caballada que habitaba “la pampa”, éste contesta así: “Digo que D. Pedro Mendoza, que fue el primer poblador de esta ciudad y puerto, trajo aquí caballos y yeguas que se quedaron en la campaña de esta tierra que es muy ancha y larga y en más de 80 leguas no se halla una tan sola piedra, teniendo en más de 100 leguas a la redonda tanta cantidad de yeguas y caballos que parecen montes cuando se ven de lejos y son tantos en número que exceden a aquel gran número que dicen las historias que había en las dehesas de la provincia de Media que se servían los reyes de Persia…”. Bueno, algo exagerado, sin duda, pero éste es el origen de sus millones de descendientes y promotores de la gran revolución del modo de vivir de todos los habitantes autóctonos y de quienes les siguieron. Porque donde había y hay caballos existen estos juegos, estas destrezas, estos deportes hípicos.
Una descripción más detallada, es la de Amadeo Frezier (francés, 1682 – 1773), un militar ingeniero especializado en fortificaciones, que durante algo más de dos años navegó “los mares del Sur”. En 1712 escribió en su libro, editado en 1716: “Fui testigo de una fiesta que los encomenderos de dos españoles que se llamaban Pedro se dieron el día del santo de sus amos en una aldea de Talcahuano, cerca de la cual estábamos anclados. Después de oír misa montaron a caballo para correr la gallina, como se corre la oca en Francia, con unas diferencias: que todos se arrojaban sobre el que ha obtenido la cabeza para quitársela y llevársela ante aquel, en honor del cual hacen la fiesta; corriendo a todo galope se topaban para quitársela y a la carrera recogía del suelo todo lo que derribaban por tierra. Después de esta carrera se apearon para la comida“.
El ya citado novelista argentino Guillermo Enrique Hudson (1841 – 1922) en su libro “El Ombú” expresa que: “El pato era el entretenimiento más popular practicado al aire libre en la Argentina”.
Con el transcurso de los años, el Pato fue practicado y también prohibido por las autoridades religiosas y civiles, por el alto nivel de peligrosidad y las consecuencias fatales que traía aparejado el hecho de querer llegar a cualquier precio con el pato al punto señalado. La primera prohibición al juego de que se tiene noticia, es del 23 de febrero de 1739, cuando así se dispuso en Santiago del Estero con el siguiente texto: “Pues es demasía y atropello jugar pato en medio de la ciudad”.
El RP. Salbaire, que escribió la “Historia de Nuestra Señora de Luján”, consigna un documento de 1796, del sacristán mayor de la Parroquia, Gabriel José Maqueda, que amonesta y ordena a los feligreses que se abstengan del juego del pato, “conminándolos con la excomunión”. Pero su prohibición más concreta y efectiva fue por decreto del 21 de Junio de 1822 del gobernador de Buenos Aires, Martín Rodríguez, refrendado por su ministro secretario de relaciones Exteriores y Gobierno, Bernardino Rivadavia y que expresaba: “Todo el que se encuentre en este juego, por la primera vez será destinado por un mes a los trabajos públicos; por dos meses en la segunda, y por seis en la tercera”. Además, “quedarán sujetos a la indemnización de los daños que causaren”. La policía, los alcaldes y los jueces de campaña eran los encargados de hacer cumplir la prohibición. Dicen que Rosas ratificó este decreto, pero todo parece indicar que sólo se limitó a hacerlo cumplir a su estricta manera.
Pero ya en la época de Juan Manuel de Rosas, el Pato era casi inexistente. El Gral. Bartolomé Mitre escribió sus “Odas” durante el sitio de Montevideo, cuando tenía entre 18 y 20 años y recién las editó a los 33, en 1854. En su texto titulado “El Pato” aclara en una nota: “El juego del pato no existe ya en nuestras costumbres, es ya una reminiscencia lejana. Prohibido severamente por las desgracias personales a que daba motivo, el pueblo lo ha dejado poco a poco, sin olvidarlo del todo”.
Pese a la prohibición, algunos personajes de la época resaltaban sus cualidades por requerir ciertamente varones fuertes y vigorosos, capaces de tolerar los más terribles empujones y las más extremosas tensiones musculares. Mitre lo indicó en una de sus rimas: “¡El pato! ¡Juego fuerte del hombre de la pampa que marca las costumbres de un pueblo varonil! Para avispar los nervios para tender los músculos como el convulso joven en el dolor febril”. Sin duda el pato fue el entretenimiento más popular practicado al aire libre en la Argentina.
Refiriéndose a un relato del juego y a los “guasos” u hombres del campo, el escritor José de Espinoza, informa que para jugar una partida de Pato “se junta una cuadrilla de estos guasos, que todos son jinetes más allá de lo creíble; uno de ellos lleva un cuero con argollas, y el brazo levantado; parte como un rayo llevando 150 varas de ventaja, y a una seña, él y todos corren a mata-caballo, formando grita como los moros; todos persiguen al pato y pugnan por quitarle la presa; son diestrísimas las evoluciones que éste hace para que no lo logren, ya siguiendo una carrera recta, ya volviendo a la izquierda, ya rompiendo por medio de los que siguen, hasta que alguno, o más diestro o más feliz, lo despoja del pato, para lo que no es permitido que lo tomen del brazo. En este momento todos vitorean y le llevan entre los aplausos, alaridos y zamba al rancho suyo, al que frecuenta, o bien al de la dama que pretende.
Reinan todavía entre estas gentes muchos restos de la antigua “gallardía española”. Roberto Torreiro ha escrito en “Pampa Argentina” que: “Cuando en pleno siglo XX ya nadie se acordaba de la antigua existencia del juego del pato, el 16 de abril de 1937, por iniciativa del entonces jefe de guardia de seguridad de la ciudad de La Plata, don Alberto del Castillo Posse, secundado en su acción por un calificado grupo de deportistas, se llevaba a cabo una exhibición del referido deporte, a cuyo término y debido al entusiasmo despertado entre los presentes, se decidió auspiciar la difusión de la práctica del pato, propendiendo a la formación de equipos dentro de las entidades afines a los deportes hípicos, e incitando a la constitución de instituciones que originariamente se dedicaran a la práctica del deporte. Ese paso inicial, se constituía en el primer éxito logrado por el más criollo de nuestro juegos”.
Alberto del Castillo Posse reglamentó el deporte (se utiliza una pelota de cuero con cuatro manijas) y su obra culminó oficialmente cuando el 31 de marzo de 1938 tras diversos ensayos producidos, se solicitó al ministro de Gobierno de la provincia de Buenos Aires, Roberto Noble, fundador del diario «Clarín», que se derogara el artículo 1043 del reglamento de Policía de la Provincia de Buenos Aires (escrito en 1889), que prohibía la práctica del juego. El entonces gobernador, Manuel Fresco accedió a ello y lo concretó mediante un decreto del 28 de abril de 1938 que dice entre sus considerandos: “En la actualidad los deportes están sujetos a las disciplinas que imponen sus reglamentaciones y dicho juego, en la forma en que se practica en la actualidad, es un deporte sano y vigoroso, similar al polo”.
¿Qué quiere decir eso de sujeto a disciplinas, reglamentaciones? Precisamente éso, expresado literalmente, como que antes de 1937 no había reglamentación alguna, aunque sí modalidades. Todo era válido, tan válido, bárbaro, desordenado, brutal y peligroso, que debió ser prohibido más de una vez. Hasta que ya antes de promediar el siglo XIX, pasó prácticamente al olvido, a ser sólo un recuerdo de tradiciones transmitidas de boca en boca en los fogones, entre los paisanos.
El 23 de agosto de 1938, el diario “La Nación” comentó la primera exhibición pública de Pato, efectuada el día anterior en la cancha de la Asociación Ameghino, en las proximidades del puente Cabildante Léxica, en la ciudad de Luján. Asistieron el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Manuel Fresco; el presidente de la Cámara de Diputados de la Nación, Juan G. Káiser y el ministro de Obras Públicas de la provincia, José María Bustillo, además de muchos otros invitados especiales.
En 1941 se creó la Federación Argentina de Pato (FAP). Asociación integrada por los dueños de campos en que se practica este deporte y que tiene por finalidad fomentar, dirigir y difundir el juego, organizar los torneos y velar por la aplicación de los reglamentos, a la vez que orientar y promover la crianza del tipo de caballo más apto para este propósito.
En agosto de 1943, llegó, a General Las Heras, un comisario, Sigfrido J. Imaz, a quien los “pateros” de ese entonces y de la actualidad le deben un profundo recuerdo. Cierta vez, Imaz apareció montando un caballo colorado y con una pelota de fútbol con manijas atada con tientos a su montura, de modo que la gente trataba de descifrar de qué se trataba. Imaz, haciendo una exhibición en la playa de la estación de tren, la tiró al suelo y levantándola empezó a interesar a la gente hasta lograr su cometido: entusiasmarlos por completo.
El 28 de noviembre de 1943 se funda en este partido bonaerense, con la presidencia del comisario Imaz, la institución denominada “Campo de Pato de General Las Heras”, cuyos fines fueron, son y serán los de fomentar el criollo juego del pato y cultivar los sentimientos tradicionalistas de nuestra Patria”.
En 1944, los directivos del “Campo de Pato de General Las Heras”, se afilió a la Federación Argentina de Pato, siendo los primeros equipos herenses: “General Las Heras A” y “General Las Heras B”.
En 1953, en mérito a sus tradiciones y arraigo, el Pato fue declarado “Deporte Nacional”, por el Decreto 17.468, del 16 de septiembre de ese año, firmado por el Presidente de la Nación, general Juan Domingo Perón. Y en 1988 se nombra a General Las Heras, “Capital Provincial del Pato”, por decreto del gobernador de la Provincia de Buenos Aires, doctor Antonio Cafiero.
Sobre el deporte actual, cabe sintetizar: Recio y veloz, este juego exige a quienes lo practican un alto grado de cultura deportiva y el cumplimiento estricto de sus reglas. Se desarrolla entre equipos compuestos por cuatro jugadores cada uno que, mediante pases y combinaciones con las que eluden la acción de sus adversarios, tratan de introducir “el pato” a través de un aro de un metro de diámetro ubicado, perpendicularmente sobre un poste de 2,40 metros de altura, enclavado en el centro de cada una de las dos cabeceras de la cancha, que mide entre 180 y 220 metros de largo por entre 80 y 90 metros de ancho.
“El pato” consiste en una pelota de cuero con cámara de goma circundada por tres lonjas de cuero crudo cruzadas transversalmente, en cada una de las cuales van cosidas dos manijas o asas colocadas simétricamente. Es obligatorio que el jugador que tiene “el pato” lo ofrezca a los adversarios con el brazo derecho extendido perpendicularmente a su cuerpo. Cualquier movimiento que el jugador haga para impedir que el adversario tome una de las manijas constituye una “negada”, acto que el reglamento prohíbe y sanciona, salvo que tenga por fin efectuar pase o tratar de convertir un tanto.
Si un adversario logra tomar el pato se origina una “cinchada”, que debe efectuarse sin que ninguno de los dos jinetes se apoye en la silla o en su cabalgadura, es decir, “a pura rienda”.
La Federación posee el “Campo Argentino de Pato”, en Campo de Mayo, a 30 Km. de la Capital Federal, sobre la ruta nacional 8, en el que se realizan importantes torneos de baja, media y alta ventaja que culminan con el Campeonato Argentino Abierto, máximo acontecimiento de este deporte que tiene lugar en el “Campo Argentino de Polo”, en Palermo, magnífico escenario reconocido como el mejor del mundo. El Campo Argentino de Pato cuenta con una superficie de 20 hectáreas y posee dos canchas reglamentarias (una de ellas con tribuna techada) provista de sistema de riego por aspersión y ubicadas en medio de una añosa arboleda. Tiene instalaciones complementarias suficientes tanto para albergar en forma simultánea 100 caballos aproximadamente, con sus correspondientes corrales, bañaderos, embarcaderos, palenques, etc., como para la atención de jugadores y público. Rubén Liborio Cosentino jugador de pato desde los 16 años, dice: “Debemos hacer olvidar el aspecto folklórico del pato. Nunca repudiar sus orígenes gauchos, camperos, totalmente argentinos. Pero no hace falta vestirse como tales para jugarlo. Hoy es un deporte como otros. Para jugar al polo no es necesario ponerse ropa de mandarín si es que se originó en China, ni de rajah indio, si es que nació allí. Para jugar pato no hace falta vestirse de gaucho”.
Fuente: Libro “Historia Política del Deporte Argentino (1610-2002)
Capítulo II – Página 57
Junio 2021.