Esta semana se realizó el II maratón de chicos de Las Flores. Una experiencia para volver a apropiarse de los espacios públicos.
Unos 200 chicos y grandes participaron esta semana del segundo maratón por las calles de Las Flores. (Foto: S. Suárez Meccia)
Es de mañana y hay música en barrio Las Flores. El amanecer esta vez es alegre. Pero hay silencio en la Escuela Nuestra Señora de Itatí. Está vacía y sin el bullicio de los chicos. Porque ellos están a unos cien metros, envueltos por el sonido de una cumbia que suena fuerte, estirando los músculos y con una sonrisa grabada en el rostro. Apostados en la puerta del Polideportivo Las Flores —“el club”, como lo llaman los pibes— se preparan para participar del segundo maratón, que se corrió el miércoles pasado por las calles de esta barriada popular del extremo sur rosarino. El lema: por la no violencia y la recuperación de los espacios públicos.
Unos doscientos chicos y chicas salieron en tropel rompiendo la cinta de largada apenas pasada las 10 de la mañana. Algunos hicieron el circuito de cuatro kilómetros, los más chiquitos y sus padres el de dos. También personas mayores del barrio se animaron a hacer una caminata. En las postas ubicadas cada un par de cuadras, los docentes alentaban la marcha de sus alumnos. Algunos, los que suelen practicar deportes en el polideportivo de Cantú al 6900, pasaban como flechas por las esquinas. Contentos de poder correr por las calles sin temor. Sin miedo ni violencia. Esa que muchas veces acecha al barrio. La misma que cada tanto suelen reflejar las páginas policiales de los medios.
“La violencia no es sólo acá, en todos los barrios pasa”, aclara Alan, un alumno de 15 años, minutos antes de salir a gastar suelas en el maratón. Al lado suyo están Cristian y Eric, ambos de 16 años. Casi a coro cuentan que Las Flores “últimamente está tranquila”, pero que dos meses atrás, cuando algunos jóvenes salieron de la cárcel, a la tardecita comenzaban los disparos. “Bah, a la tarde, a la noche, a cualquier hora”, relatan los pibes.
Apropiarse del barrio. El año pasado el maratón cayó en un frío día de junio. Este año los organizadores —la escuela y la Dirección de Recreación y Deporte Comunitario de la Municipalidad— decidieron hacerlo en septiembre, con un sol que invitaba a la actividad. No fue casual que esta vez duplicaran la convocatoria.
“La idea es que los vecinos se apropien nuevamente del barrio, la calle y la plaza. Porque esos espacios que hemos dejado los fueron ganando los narcos”, describe con crudeza Gastón Zencic, director del secundario de la Itatí.
Por eso cuando surgen este tipo de propuestas sale a luz el otro rostro de Las Flores. Como el que refleja el mural comunitario pintado el año pasado por chicos y grandes en una de las esquinas de la parroquia. Donde retrataron desde nenes jugando y bailando hasta a la vendedora de torta asada. “El barrio es esto, es también el centro de salud, el trabajo del Polideportivo que es valiosísimo. Nosotros en la escuela los tenemos un tiempo, pero después la actividad que realmente les gusta está acá en el centro deportivo”, sostiene el director.
Daniela Ikkert integra el equipo de profes que trabaja en el Polideportivo. Comenta que si bien muchos pibes “vienen enganchados por el fútbol, después terminan haciendo un otras actividades como voley, hockey y talleres de circo”. Destaca que lo que más les interesa a los adolescentes “es hacer cosas con salida laboral”, como el curso de árbitro que se realiza en el barrio y que logró entusiasmar a chicos y chicas por igual. Otra iniciativa es la huerta.
Virgencita. Cuando La Capital llega al lugar de la convocatoria, encuentra a Gastón junto a la profe Gabriela con una figura de la virgen que da nombre a la escuelita de Flor de Nácar 7002. “La vamos a llevar para que nos acompañe en el maratón”, cuentan. La presencia de esta imagen de María está muy presente en el lugar. La plaza ubicada bien enfrente del establecimiento educativo también lleva su nombre.
Hace un par de meses que llegó esta figura como regalo a la escuela. Desde entonces está cerca de los acontecimientos alegres —como el maratón mismo—, pero también en los dolorosos de la zona. Cuando hay algún pibe baleado a veces la familia pide la virgencita para llevársela a la casa. Para que acompañe y bendiga al chico hasta que se recupere.
Pero con profunda simpleza, Gastón invita una mirada más amplia de la violencia que atraviesan y sufren los vecinos. “Estamos rodeados por Circunvalación y por la autopista, que es por donde circula la mayor riqueza del país, como la de la soja. Y desde nuestro lugar, que está excluido, donde el dinero de las políticas públicas llega a cuentagotas —«cuando llega», aclara— es violento para el pibe ver toda esa riqueza que está circulando y a la que no tiene posibilidad de acceder. Lo mismo ver el nivel de consumo material que tienen otros pibes de su misma edad en otros puntos de la ciudad. Eso también es una situación violenta”.
Estigmas. Violento para muchos es también cargar con un estigma tatuado en la frente por el sólo hecho nacer y criarse en Las Flores. Allí donde sólo una línea de colectivo los conecta con el resto de la ciudad.
Daniela Ikkert cuenta anécdotas que pintan cómo estos chicos a veces son señalados con el dedo por el hecho de ser de este barrio, porque “sienten eso todo el tiempo y cuando pasa algo malo los acusan que fueron ellos”.
Tal vez por ello no sea extraño —añade el preceptor Cristian Orbes— que les cueste tanto salir a hacer una actividad afuera del barrio: “Incluso para estudiar, hay muchos que dejan en tercer año y no se animan a terminar el secundario o la Eempa. Es como están encerrados en el barrio. O se sienten encerrados por la sociedad”.
Para el director de la Itatí allí también hay un reto: porque “al que puede cruzar el cerco, que es la Circunvalación, le pasa que no lo reciben bien, porque «es de Las Flores, el peligro». Y ahí aparece otra vez la etiqueta”. La marca que los lleva a algunos incluso dar una dirección falsa para no despertar el prejuicio cuando tiene que llenar una solicitud laboral.
Zencic arriesga además un desafío pedagógico y educativo: “Nosotros desde la escuela tenemos la obligación de brindarles a los chicos posibilidades de conocer y explotar sus capacidades y potencialidades. Creo que si nos encerramos en la idea tradicional de la escuela hoy, acá en este lugar, estamos condenados, fusilados. No nos va a servir. Lo que sirve hoy para este tipo de contexto es que el pibe aprenda a hacer algo, conozca para qué es bueno y que a partir de eso lo pueda explotar y con eso salir adelante”.
Por eso el maratón “por la no violencia” es un acontecimiento que sirve como síntesis de una brutal metáfora social. Porque también es una carrera de padres, docentes y chicos por las calles de Las Flores contra ese destino de exclusión. Una carrera “para salir adelante”, como dice el directivo.
Cargados, por qué no, de sueños y alegría. Como la de Eric, Cristian y Alan, los tres adolescentes que por segundo año se animaron a correr. Y se ilusionan. Cuando sea grande, Cristian—que juega en el club Semillero— quiere ser futbolista “o si no albañil”. Alan policía. Y Eric confiesa que elegiría ser gendarme: “Me gustaría hacer algo en la historia, algo por el país”. Así de sencillo. Así de profundo.
Fuente: Diario La Capital
Por Matías Loja / La Capital
Sábado, 07 de septiembre de 2013
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