“LA CULTURA DEL PODIO”
Gloria y ocaso
La soviética estaba destinada a recuperar el trono de ese deporte para su país, pero pocas semanas antes de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980 sufrió una caída terrible. Murió a los 46 años.
La creación de Kurt Thomas fue prohibida en la gimnasia femenina.
Elena Mukhina estaba llamada a hacer historia en la gimnasia artística. La soviética había superado una infancia complicada y había encontrado en el deporte su lugar en el mundo. En la previa de los Juegos Olímpicos de Moscú 1980, era la gran candidata a destronar a la rumana Nadia Comaneci. Pero apenas dos semanas antes de la gran cita, quedó cuadripléjica a los 20 años al caer sobre su cuello en un ejercicio demasiado exigente. Su historia es desoladora.
En el Mundial de 1978, Mukhina había vencido a Comaneci, figura olímpica en Montreal 1976. Era la esperanza para devolverle la gloria a la Unión Soviética. Para eso se había preparado durante años. Sin embargo, su grave lesión cervical en un entrenamiento le puso final a su carrera y la dejó el resto de sus días en una silla de ruedas. Fue el símbolo de la presión de un régimen de abusos físicos y emocionales, que buscaba el éxito a cualquier precio.
Nacida el 1° de junio de 1960 en Moscú, Mukhina creció sin su padre, que abandonó a la familia cuando ella tenía apenas dos años, y sin su madre, que falleció tres años más tarde en un incendio. Fue criada por su abuela y se refugió en la gimnasia. Y cuando un entrenador del club CSKA de la capital rusa visitó su colegio para buscar niñas con talento para esa disciplina, ella, con 12 años, fue una de las elegidas.
Talentosa y dedicada, se destacaba entre sus compañeras. Pero recién cuando a los 14 comenzó a entrenarse bajo las órdenes de Mikhail Klimenko, dio un salto de calidad. Mukhina incorporó sesiones extensas y exigentes, que no le daban respiro y la obligaban a llevar su cuerpo al límite.
Así se transformó en una gimnasta distinta, capaz de realizar movimientos por demás complejos pero igualmente elegantes y ejecutar combinaciones de elementos casi imposibles para otras atletas.
No sorprendió que luego de que Comaneci arrasara en Montreal 1976, con tres oros, una plata y un bronce para Rumania, y desatara una crisis en la gimnasia soviética, todos posaran los ojos en Mukhina.
Para el régimen comunista, que entendía el éxito deportivo como una exhibición de fortaleza y una herramienta para sostener su poder político, la menuda gimnasta de cabello rubio, grandes ojos azules y mirada triste era la única con el potencial para volver a colocar a ese país en lo más alto del deporte mundial.
Con Moscú ’80 como gran objetivo final y bajo las directivas de las autoridades del gobierno soviético, Klimenko intensificó aún más las sesiones de entrenamiento de Mukhina y comenzó a incorporar cada vez más elementos de la gimnasia masculina a las rutinas en los diferentes aparatos.
El trabajo duro -y a veces, excesivo- de Elena dio sus primeros frutos importantes en el Campeonato Europeo de Praga de 1977, donde la rusa se anotó sus primeras victorias sobre Comaneci. Se colgó los oros en viga, piso y barras asimétricas, fue plata en el all around y bronce en salto.
Al año siguiente, Mukhina dio el primer golpe de efecto a nivel internacional. En el Mundial de Estrasburgo 1978, conquistó el título en el all around y lideró al seleccionado soviético que consiguió la medalla dorada en la prueba por equipos, dejando a Comaneci y a Rumania en el segundo escalón del podio. En ese torneo, fue también oro en suelo y platas en barras y en viga.
Poco tiempo tuvo Mukhina para disfrutar su conquista. Faltaba menos de un año para los Juegos Olímpicos de Moscú y una derrota en manos de las rumanas en su propia casa era algo que la federación de gimnasia y el gobierno de la ex URSS ni siquiera querían imaginar.
Klimenko y Elena comenzaron a trabajar aún más fuerte, agregándole cada vez más dificultad a sus rutinas. Uno de los elementos que el coach introdujo en suelo fue «el salto Thomas», un ejercicio de tanta dificultad que solo realizaban los hombres, porque si no se ejecutaba con suficiente altura y velocidad, se corría el riesgo de sufrir una lesión seria.
Y exigía también una sincronización perfecta para aterrizar con el tiempo suficiente para realizar el último roll hacia adelante y no golpearse la pera o la cabeza.
Años después de lesionarse, Mukhina reconoció que nunca se sintió cómoda realizando ese salto y que se lo dijo muchas veces a su entrenador, pero éste la presionó para seguir intentándolo, porque afirmaba que era la clave para asegurar el éxito en Moscú.
A fines de 1979, mientras se preparaba para el Mundial de Estados Unidos, Mukhina sufrió una fractura en una pierna y estuvo un mes y medio enyesada. En el torneo en suelo estadounidense, Rumania recuperó el oro por equipos y la preocupación por lo que podía llegar a pasar en Moscú 1980 aumentó en la ex Unión Soviética.
La presión para que Mukhina volviera cuando antes a los entrenamientos creció. Para acelerar los tiempos, hasta se la obligó a someterse a una cirugía en la pierna para ayudar a que los huesos se recuperaran más rápido. La gimnasta, que ya en 1975 había experimentado una situación similar, luego de una lesión cervical, regresó al trabajo mucho antes de lo recomendado por los médicos.
“En cuanto al riesgo, una vida humana vale poco en comparación con el prestigio de la nación. Nos han enseñado a creer esto desde la infancia”, comentó Elena mucho después, ya confinada a una silla de ruedas.
Dos semanas antes de la inauguración de los Juegos Olímpicos, Mukhina estaba practicando su rutina de suelo cuando sufrió el accidente que le puso fin a su carrera. La pierna lesionada, que aún no estaba del todo recuperada, no la dejó tomar suficiente altura ni realizar la rotación completa, y la atleta aterrizó con el mentón en el suelo.
El diagnóstico, fractura completa de las vértebras cervicales, lo que significaba parálisis completa del cuello para abajo, le puso fin a sus sueños olímpicos y a su carrera y cambió su vida para siempre. Tenía 20 años.
«Mi lesión podría haberse anticipado. Todos sabían que no estaba preparada para ese salto y guardaron silencio. Nadie se detuvo a decir que parara. Yo había dicho más de una vez que me iba a romper el cuello haciendo ese elemento. Me había hecho mucho daño varias veces, pero él (Klimenko) simplemente me respondía: ‘Las gimnastas como vos no se rompen el cuello’«, contó Elena un par de años después, en una entrevista con medios de su país.
Aunque también asumió parte de la culpa. «Fui estúpida. Lo único que quería era justificar la confianza que habían puesto en mí y ser una heroína».
A partir de su lesión y otras graves que ocurrieron en esa época, el «salto Thomas» fue prohibido para la gimnasia femenina. Hace unos años fue además eliminado del sistema de puntuación de la rama masculina.
La gravedad del estado de Mukhina no se conoció enseguida. La federación rusa se encargó de ocultar lo que había pasado e informó que Elena se perdería los Juegos de Moscú porque se estaba recuperando de una lesión, pero que volvería pronto a competir.
Recién casi un año más tarde, se conoció que la gimnasta había quedado tetrapléjica. Y aún en ese momento la federación la acusó de «intentar hacer un ejercicio para el que no estaba preparada».
Mukhina vivió el resto de su vida en una silla de ruedas, bajo el cuidado de su abuela. Durante el primer año luego de lesionarse, se sometió a varios tratamientos experimentales para tratar de recuperar la movilidad, pero finalmente decidió aceptar su suerte.
«Me di cuenta de que si quería vivir, tenía que cambiar radicalmente mi actitud. No envidiar a otros y aprender a disfrutar de lo que estaba disponible para mí», aseguró quien comenzó a interesarse por ayudar y aconsejar a jóvenes gimnastas y hasta incursionó como comentarista en la televisión rusa.
En 1981, el Comité Olímpico Internacional le otorgó la Orden Olímpica de Plata, la segunda mayor distinción que entrega ese organismo. No fue por su aporte a la gimnasia, sino por «la forma valiente en la que enfrentó su parálisis y rehízo su vida».
Mukhina falleció el 22 de diciembre de 2006, a los 46 años, por complicaciones cardíacas derivadas de su parálisis. Nunca llegó a convertirse en una leyenda deportiva, como muchos auguraban durante los primeros años de su carrera, pero sí dejó su marca en la gimnasia.
Durante un breve tiempo, fue la amenaza más grande para el reinado de Nadia Comaneci. Y se transformó en el rostro visible de un régimen soviético obsesionado con el éxito a cualquier costo. Así lo reconoció ella misma, después de coronarse campeona mundial en 1978, cuando aseguró: «Nos entrenan para ser las mejores del mundo. Si no logramos ser las mejores entre las mejores, todo el esfuerzo no vale nada».
Fuente: Clarín – Por Luciana Aranguiz
14 setiembre 2020.