Cada imagen de los Juegos Olímpicos de París se empecina en señalarlos la ausencia de Ernesto Rodríguez III, el mayor especialista que el periodismo nacional haya tenido. Retrato de un hombre irrepetible y de una forma de ejercer el periodismo.
por Carlos Nis
“Para él no había utopía, todo se podía pelear y todo se podía conseguir”, lo describe un colega. “Lo mandaba su conciencia. Y pagaba el costo”, recuerda otro. El periodista Ernesto Rodríguez III murió tempranamente el 13 de septiembre de 2019, a los 50 años. Su forma de asumir el oficio de escribir dejó una huella que sobresale, especialmente, en estos días mientras se disputan los Juegos Olímpicos de París. El calendario deportivo se empecina en señalar el peso de su ausencia.
La competencia fundada por el barón suizo Pierre Fredy de Coubertin, creador del Comité Olímpico Internacional, ha sido una fuente inagotable de inspiración. Para los atletas, claro, pero también para periodistas y escritores de todo el mundo. Esa pasión, en el caso de Ernesto, no lo embanderaba en una euforia vacía que a veces sobreactúan algunos (malos) periodistas deportivos. Al revés: lo empujaba al rigor.
Periodistas como Juan Pablo Varsky (“Más que un juego” – Sudamericana), Ezequiel Fernández Moores (“Juego, luego existo” – Sudamericana), Gonzalo Bonadeo (“Pasión Olímpica – Sudamericana”), Luciano Wernike (“Historias insólitas de los Juegos Olímpicos” – Planeta), Juan Pablo Gatti (“Detrás del Muro y Titanes” – Libro Fútbol) o Néstor Falcciani (“Historia de los Juegos Olímpicos” – Imaginador) han capturado la esencia olímpica en libros. Sin embargo, y aquí me permito la licencia en primera persona, el trabajo de Ernesto, en ese mismo plano, fue monumental. Ningún periodista “olímpico” puede ignorar la fuerza demoledora de sus datos
Con Ediciones Al Arco, Ernesto publicó el libro “Ser Olímpico” (2012), una obra necesaria para entender el espíritu de los Juegos y las historias de nuestros representantes. Pero también publico dos asombrosos tomos “Los libros del Ciclo Olímpico Argentino”, en los que se encuentra el medallero y la participación de todos y cada uno de los deportistas argentinos en Juegos Olímpicos, Panamericanos o Sudamericanos. Una proeza periodística en un país donde la preservación de los archivos no facilita la tarea de nadie.
Tras su fallecimiento, Al Arco y los periodistas del sitio web Argentina Amateur Deportes tomaron la decisión de continuar su trabajo y publicaron el tomo III, el último antes de París 2024. “Nosotros la seguimos, pero sigue siendo todo él”, contó Matías Montoya, editor de Argentina Amateur. Era un referente. No sé si seguir con el legado, porque la verdad que nosotros lo que aportamos acá es seguir con el trabajo que él había comenzado y le agregamos más información”.
“Me acuerdo que Ernesto nos hizo parar uno de los tomos que ya estaba en imprenta en pos de reconfirmar un dato ínfimo en el que nadie hubiera reparado. Esa forma de trabajar lo pinta de cuerpo entero”, dijo Marcos González Cezer, responsable de Al Arco.
Construyendo la utopía
Ernesto Rodríguez se describía a sí mismo como “experto en boxeo y deportes a los que casi nadie les da pelota”. Su sed inagotable por la información la demostró en importantes medios de comunicación, como la redacción de Olé y La Nación, pero tal vez se expresó con mayor comodidad en su propia web, Ephecto Sports. La venta de CeNARD, el Tiro Federal, la falta de becas y las deudas de dinero e infraestructura con los deportistas argentinos eran temas centrales en su narrativa, a la vez que incómodos para la mayoría de los medios.
Se lo puede recordar, por ejemplo, por su entredicho con el campeón estadounidense Floyd Mayweather tras el primer combate con Marcos ‘Chino’ Maidana, en Las Vegas. En una discusión a los gritos, Ernesto le justificó al estadounidense que el boxeador argentino había sido el que más le había pegado en su carrera. Pero hay mucho más que aquella anécdota.
Es difícil transitar las redacciones del gremio de prensa sin coleccionar odios y rencores. Los periodistas no somos las personas más sencillas de tratar. Pero preguntar por Ernesto es recolectar recuerdos felices.
“Ernesto no sólo los conocía a todos los deportistas, sino que sabía los resultados por los que se habían clasificado a cada competencia y recordaba hasta las ciudades en las que habían competido por todo el mundo. Su memoria era la base de datos de todos los que lo rodeaban. Era más fácil preguntarle a Ernesto que buscarlo en Google”. Así lo recuerda el periodista Juan Manuel Trenado. Su nota de despedida a Ernesto en el sitio web de La Nación fue conmovedora.
Con el periodista cordobés Gabriel Rosenbaum trabó una fuerte amistad (y una sociedad periodística). Estaban trabajando en la biografía de Julio Velasco, el exitoso entrenador argentino de vóley. Un material que se encuentra sin publicar.
“Ernesto era maestro de periodismo. Para sus alumnos y para sus colegas: su agenda infinita, su inteligencia brutal, el desparpajo, la precisión, la irreverencia contra el poder”, asegura Rosenbaum. Y agrega: “Ernesto era un periodista brillante, irreverente y ejemplar. Hacía lo que debía hacer. Lo que mandaba su conciencia. No iba por el lado de las conveniencias. Aunque costara caro. Lo sabía. Y jugaba el juego: en su web o sus redes, con esa sonrisa tan inolvidable.
También forjó lazos con otro periodista cordobés, Andrés Mooney, creador del “A la vera del ring”. Interrogado sobre el método de trabajo de Ernesto, explicó: “No se comía las curvas de las grandes luces ni se engullía los elogios. Entendía que el periodismo era hurgar, rascar la olla y escarbar, todos los días, todo el tiempo, entre archivos y fuentes”.
“De a pie, sobre la tierra, andaba para incomodar al poder. Eso era también: alguien incómodo, alguien que en esta era de la pose, la desesperación por lo viral, por “pegarla” con followers, se hubiera hecho un picnic; un festín de lo que más y mejor sabía hacer: periodismo de calidad”, dijo.
Gabriel Gianoli, director de Radio Inclusiva, con quien estaban preparando un programa de boxeo, resume: “Para él no había utopía, todo se podía pelear y todo se podía conseguir. Todo era posible. Todo”.
Play the Game
Demostró que no se necesitan los resortes de las grandes empresas para hacer periodismo. Desde su web, Ephecto Sport, desenmascaró irregularidades de la organización de los Juegos Olímpicos para la Juventud Buenos Aires 2018.
Su lupa en los contratos y concesiones de los JJ.OO le ganaron el reproche del Comité Organizador, que le entregó una credencial sin acceso a la mayoría de los eventos y al centro de prensa. Ese episodio, frente al revanchismo de los que se molestaban con su trabajo, despertó cadena de solidaridades de sus colegas. Cuando finalmente se la entregaron celebró esa conquista administrativa con una sonrisa de oreja a oreja junto a su familia.
Sus rigurosos informes le valieron la invitación para participar del congreso “Play The Game”, en Colorado Spring, Estados Unidos, en septiembre de 2019, donde iba a viajar junto a su colega Ezequiel Fernández Moores, uno de sus grandes referentes.
La muerte lo encontró antes.
El peso de su ausencia.
Ernesto podía parecer una máquina imparable. Humano, sensible y querible. Verlo ya te mejoraba el día. Te lo podías cruzar andando en bicicleta por cualquier lado.
Vivía con Agustina, con quien tuvo una hija, Juana, y a Pancho, hijo de su pareja, a quien quería y cuidaba como si fuera propio.
“Ernesto amaba a sus hijos y a su compañera Agustina. Tenía una versatilidad conmovedora estar con ellos, escribir, chequear datos de manera obsesiva, dar clases, cruzar la ciudad en bici, y hacer todo con una sonrisa y una empatía que conocí en poca gente”, recuerda Rosenbaum.
“Ernesto andaba en bici. Así lo podías cruzar en Capital o en Las Vegas. Y su medio de movilidad lo pintaba de cuerpo entero porque eso era él, un tipo terrenal”, apunta Mooney.
La bicicleta lo acompañó hasta el último de sus días, el 13 de septiembre de 2019. Su esposa, preocupada porque no atendía el celular, lo fue a buscar a la escuela Éter, donde se desempeñaba como profesor.
Al ver la bicicleta encadenada en la puerta de Eter, Agustina se dio cuenta que algo había pasado.
Luego de dar clases, Ernesto se quedó solo trabajando, se descompesó y falleció tras sufrir un ACV.
Cinco años después, el periodismo, sus colegas, amigos, familia extrañan a ese hombre y periodista rebelde e irrepetible.
No puedo ver un segundo de las imágenes de los Juegos de París sin que su figura me asalte desde donde esté.
Fuente:
https://negrasyblancas.com.ar/es/innovative-office-gadgets-for-productivity/