Faltan apenas unas horas para el inicio de la carrera. Los atletas, que llegaron desde Buenos Aires el día anterior en el tren Estrella del Norte, caminan entre bromas y risas por la «Casa Histórica». Son cerca de 20. Ya habían visitado la Casa de Tucumán por la mañana, pero la caminata sirve para aflojar músculos y nervios antes de la prueba «Día de la Independencia», que será trasmitida a todo el país por la «Oral Deportiva» de Radio Rivadavia, que conduce el «Gordo» José María Muñoz. Estamos en setiembre de 1976. Se cumplen seis meses del golpe del 24 de marzo. De repente, camiones y camionetas de la policía rodean a los atletas. Todos contra la pared. Manos arriba. Los atletas siguen tranquilos. Saben que nadie ha hecho nada y que no hay nada qué temer. Alberto Páez, el más grande del grupo, explica que son atletas. Que deben correr en unas horas.
«¿Así que ustedes son atletas?», los patean los policías en los tobillos. Los llevan a la comisaría. Páez pide que llamen al gran Osvaldo Suárez. El tricampeón de la San Silvestre, que fue el encargado de la convocatoria en Buenos Aires, llega rápido a la comisaría y logra sacar a los atletas. A sólo minutos del inicio de la carrera.Miguel Benancio Sánchez, nacido el 6 de noviembre de 1952 en el «Barrio de Las Moras», en Bella Vista, cabecera del Departamento Leales, se entera del episodio apenas antes de la largada. Viajó con sus compañeros desde Buenos Aires, con chapa de candidato al triunfo. Pero al llegar a San Miguel se abrió del grupo porque, obviamente, quería saludar a su familia. Sus comprovincianos, enterados de los progresos, habían recibido a Miguel casi como «una estrella de cine». Y Miguel quería ganar ante los suyos. Pero la noticia de la detención masiva de sus compañeros lo impacta.
Miguel había hablado mucho sobre la generosidad de sus comprovincianos. En la carrera, ganada por el tucumano Héctor Córdoba, Miguel estuvo lejos de su nivel. Al regresar a Buenos Aires, siguió deshaciéndose en disculpas. «De esa manera -concluye su relato Manuel Bazán-, mostraba una vez más la personalidad del querido ‘Tucu’ Miguel Sánchez, querido amigo y compañero siempre estarás en la memoria de quienes te conocimos y disfrutamos de tu amistad. Que Dios te tenga en la gloria».
El texto de Bazán forma parte del hermoso libro que el historiador, dirigente y exfuncionario deportivo Víctor Lupo presentará este martes en el Anfiteatro de la Casa de Tucumán en Buenos Aires. El colega Guillermo Monti contó un mes atrás en las páginas de La Gaceta sobre la presentación en San Miguel del libro «Deportistas y Hazañas Deportivas. 100 Ídolos Tucumanos»(1912-2012), del Centenario al Bicentenario de la Batalla de Tucumán».
Recojo la historia de Miguel Sánchez seguramente porque es la que siento más cercana. Víctor menciona las palabras que el periodista Valerio Piccioni, organizador de «La Carrera de Miguel» en Roma, dice a un documental: «tenía coraje cuando hablar era la cosa más peligrosa del mundo». Y Piccioni cita a Segundo Correa, amigo de Miguel: «no es peligroso el hombre que piensa, sino el que con su pensamiento llega a los otros». «Y Miguel -cierra Valerio- se interesaba en los otros, creía que toda persona tiene algo que enseñarte. Y ese es el sentido más profundo del deporte. Lo admiro». Participé activamente dos años atrás en la realización de ese documental, que dirigió el colega Christian Rémoli y que fue difundido por la TV pública, uno de los ocho capítulos de una serie llamada «La Patria Deportiva». Y todavía recuerdo la emoción que produjo encontrar a Javier Casaretto.
Es el único testigo que recuerda haber visto por última vez a Miguel. Lo vio en El Vesubio, el centro de detención y torturas que la dictadura instaló cerca de la Autopista Ricchieri. A Miguel, que tenía 25 años, lo secuestró una patota militar el 9 de enero de 1978. Nunca más se supo algo de él. Elvira Sánchez, hermana de Miguel, se enteró de Casaretto por el juicio que en 2011 dictó condenas para siete represores de El Vesubio, el centro por el que también pasaron, entre tantos otros, el escritor Haroldo Conti, el historietista Héctor Oesterheld y el cineasta Raymundo Gleyzer. En un café de Avenida de Mayo, y con Piccioni de acompañante, Elvira pudo escuchar, 33 años después, de qué modo Casaretto recordaba a Miguel vital hasta sus últimos días. «Miguel -le contó Casaretto- protestaba diciendo que él venía de representar al país. Aún encapuchado les gritaba a los carceleros». Miguel, efectivamente, venía de correr la San Silvestre. Acaso relajado, sintiéndose ingenuamente más seguro, porque estaba afuera del país, Miguel, militante peronista, habló con la prensa en Brasil sobre la dictadura. Su desaparición, presumen muchos, pudo formar parte del «Cóndor», el siniestro plan de las dictaduras del Cono Sur de intercambio de información para reprimir cualquier disidencia. La Carrera de Miguel, que comenzó en Roma, ya es una tradición anual en Buenos Aires, aunque el PRO de Mauricio Macri la organice a desgano y la vacíe de contenido. Y se corre en otros numerosos puntos del país. Se corre para recordar.
Para recordar, y agasajar, escribió también Lupo su libro que homenajea a otros numerosos deportistas tucumanos. Desfilan desde Rafael Albrecht hasta Humberto Delgado, una leyenda que pudo haber sido oro en el maratón de los Juegos Olímpicos de Los Angeles 1932 que terminó ganando Juan Carlos Zabala y que tuvo una vida cinematográfica, de esas que confirman que el deporte sigue siendo una formidable máquina narrativa. Aparecen, por supuesto, el «Turco» Nasif Estéfano, Mercedes Paz, Lucas Victoriano y el más nuevo Emmanuel Lucenti. Y, entre muchos más, Pablo Garretón, Santiago Mesón yMartín Terán, algunos de los nombres de «La época dorada del rugby tucumano» (así se llama otro capítulo del libro). Tiempos que incluyen la mención de Alejandro Petra, entrenador formidable. Cuando yo era más joven y cubría rugby para la revista «El Gráfico», Petra, pícaro, me decía que en Buenos Aires estaban preocupados por el avance del rugby tucumano. Y que lo mismo había sucedido en Nueva Zelanda cuando el rugby había dejado de pertenecer a una élite. Porque aparte de ser una gran máquina narrativa, el deporte es, ante todo, inclusión. Bien lo sabe Lupo, que, en tiempos en que todo se privatizaba en este país, él siguió incluyendo como funcionario nacional del deporte. Ahora incluye recordando y escribiendo.
Fuente: La Gaceta
30 de Junio de 2013
http://www.lagaceta.com.ar/nota/550705/deportes/deporte-habla.html
—————————————————————————————————————————————————————————————————————–