“Juancito” Gálvez, como lo conocía la afición, nació en la Ciudad de Buenos Aires el 14 de febrero de 1916 y murió un accidente en carrera, el 3 de marzo de 1963, al ser despedido de su auto en la primera curva del llamado “camino de los chilenos”, disputando la décima edición de la Vuelta de Olavarría, en la provincia de Buenos Aires.
De su vigencia, da cuenta la permanencia de sus récords, ya que casi medio siglo después de su desaparición sigue siendo el piloto más ganador en la historia del Turismo Carretera, la categoría más popular de la Argentina. Es hasta la actualidad el piloto que más carreras ganó en la especialidad, el que venció en más grandes premios y el que más certámenes posee en su haber.
Tiene el récord no igualado de 38 por ciento de efectividad. Y de su dimensión como ídolo popular, en tanto, da cuenta que comparte con su hermano mayor Oscar Gálvez, el “Aguilucho”, el podio reservado para los más grandes afectos de todos los tiempos en el corazón de la afición. Silencioso artífice de sus propios autos, era -como Oscar- mecánico, preparador y piloto.
Juan Gálvez comenzó a cimentar su fenomenal trayectoria en 1941, cuando ganó la segunda etapa de las “1.000 Millas Argentinas” que tuvo como ganador nada menos que al balcarceño Juan Manuel Fangio… y a “Juancito” como escolta. Debido a la falta de repuestos adecuados que se sufrió durante la Segunda Guerra Mundial, se estuvo sin competir desde 1942 hasta 1947, año en que Juan empezó a correr el Turismo Carretera.
Fue nueve veces campeón de TC. Corrió en 16 Grandes Premios de Turismo Carretera, de los cuales cinco lo tuvieron como triunfador (’49, ’50, ’51, ’58 y ’59) y, además, fue cuádruple campeón en dos oportunidades (’49 al ’52 y ’55 al ’58), más el campeonato del ’60, ganando 31 etapas en total. Participó en 153 carreras con un récord de 59 victorias y 26 segundos puestos. Analítico y minucioso. Fueron famosas sus improvisaciones, reparaciones en ruta, o reemplazo de partes del motor en tiempo récord, que sus conocimientos, planificación e ingenio le permitían.
Juancito, nunca atribuyó sus problemas a otros ni se quejó de nadie, y sus merecidos, transpirados y elaborados triunfos a la suerte o la casualidad.
A comienzos de la década del `60 fue elegido como primer presidente de la Asociación de Volantes de Turismo de Carretera pero con la “humildad” propia de los grandes renunció al cargo, por no encontrarse preparado para el mismo. “Si ese mismo ejemplo siguieran algunos funcionarios gubernamentales, el país de los argentinos sería otro”.
En la Vuelta de Tres Arroyos de 1957, de los cuatro primeros puestos, tres fueron para los Gálvez: 1º Juan, 2º Oscar Alfredo y 4º el hermano menor, Roberto. Los dos hermanos mayores Marcelino y Alejandro nunca corrieron; solamente actuaban de mecánicos. Lo que se dice una familia “fierrera”.
Juan, el más grande ganador del TC, que era muy adicto a los dichos, expresó una frase que quedó en la historia de los tuercas argentinos: “Uno tiene que ganar, corriendo lo más despacio posible”.
El auto Ford azul que en muchas ocasiones llevó el número 1 y volante a la derecha indicaba que era Juan Gálvez el que lo piloteaba. Su carrera como conductor, sin contar el tiempo en que acompañó a su hermano Oscar, fue de 13 años y 4 meses.
“No hubo ninguno igual. Ninguno. Sobre la base de victorias y títulos instaló su apellido en el diálogo popular. Superó los límites deportivos y se convirtió en el referente de una época. Juan, el de la cabeza gacha, la sonrisa tímida y sólo la mano en alto tras las grandes victorias que demandaban miles de kilómetros ”, escribió el periodista Roberto Berasetegui. Un argentino que debería servir de modelo.
Cuando falleció tenía 47 años. Un hombre serio, taciturno, concentrado y preciso en el manejo. De bigotito fino y sonrisa tenue se había ganado el cariño de todos los amantes del deporte, cuando pasó a la eternidad.
En el año 2008 se le agregó al de Oscar, su nombre al del Autódromo Municipal de la Ciudad de Buenos Aires, que en su inauguración en 1952 se denominaba 17 de Octubre. Es una pequeña manera de empezar a pagar la enorme deuda de memoria que los porteños tenemos aún para este gran ídolo del deporte.
Fuente: Libro “100 Ídolos Porteños” de Horacio del Prado y Víctor F. Lupo
Página 131
Editorial Corregidor
2 de Marzo 2014-