Por Daniel Adrián Kiper

La discusión sobre las Sociedades Anónimas Deportivas (SAD) volvió al centro de la escena. Voces influyentes —entre ellas el Dr. Daniel Roque Vítolo, quien anoche en TN volvió a sostener que la “reconversión del deporte hacia la admisión de SAD es irreversible”— insisten en prometer que la privatización traerá capitales, modernización y eficiencia.
Sin embargo, la evidencia comparada, los antecedentes jurídicos y, sobre todo, la historia del deporte y de los clubes en la Argentina y en el mundo cuentan una verdad muy distinta.
Aquí no se discute sólo un modelo jurídico.
Se discute qué es un club, para qué existe y a quién pertenece.
Vayamos por partes.
- El mito de las “inversiones millonarias”
El argumento central de los defensores de las SAD es simple: sin capital privado no habrá futuro. Según esa tesis —que el propio Presidente de la Nación ha repetido— la llegada de fondos extranjeros sería la única vía de salvación para los clubes.
Pero esa idea es engañosa. Lo que ocurriría en realidad es un traspaso masivo de activos ya existentes, fruto de una construcción colectiva de una generación tras otra:
- estadios,
- sedes sociales,
- divisiones inferiores,
- terrenos con altísimo valor urbanístico,
- contratos de TV,
- marca e ingresos futuros.
Se trataría, en palabras del propio Presidente, de un “negocio muy fácil” para quienes llegarían a apropiarse de lo que construimos entre generaciones. No un flujo genuino de capital productivo, sino un cambio de manos sobre un patrimonio previamente acumulado por los socios.
- Por qué existen los clubes: una historia que explica el presente
Para comprender por qué la privatización no es una simple “modernización”, es imprescindible mirar la historia comparada del deporte.
2.1. Argentina: el deporte como construcción social, no estatal
El deporte argentino nació “de abajo hacia arriba”, a partir de construcciones colectivas privadas, asociativas y sin fines de lucro.
Los inmigrantes de fines del siglo XIX y principios del XX arribaron a nuestro país sin derechos políticos ni sociales. Lejos de esperar al Estado, construyeron las instituciones que necesitaban: mutuales, sindicatos, centros culturales y, en lo que aquí interesa, clubes deportivos.
Así fue como:
- construyeron canchas,
- levantaron gimnasios,
- crearon escuelas deportivas,
- organizaron torneos,
- abrieron espacios recreativos para niños y adultos.
Esos clubes —entre ellos el germen de la actual AFA, fundada en 1893 por Alejandro Watson Hutton— forjaron la identidad deportiva del país. No nacieron como empresas, sino como comunidades organizadas.
2.2. Europa: el deporte como proyecto estatal y político
En Europa, como explica Pierre Arnaud, el desarrollo del deporte tuvo un origen muy distinto. Allí el impulso inicial fue primero individual y luego crecientemente estatal:
- el Estado organizó, financió y utilizó el deporte como herramienta política;
- los gobiernos fascistas y nazis fueron pioneros en su instrumentalización;
- después de la Segunda Guerra Mundial, durante la Guerra Fría, las potencias hicieron del deporte un mecanismo de proyección geopolítica y de demostración de poder.
2.3. Estados Unidos: industrias culturales y mercado
En Estados Unidos, los deportes se desarrollaron dentro de una lógica de industria cultural, con fuerte impronta comercial y educativa privada. Los llamados “juegos patrióticos” se integraron a un proyecto político y de construcción de identidad nacional, donde el deporte se convirtió en espectáculo masivo y negocio.
2.4. URSS: el deporte como demostración del poder del Estado
En la Unión Soviética, el deporte fue concebido como una herramienta ideológica para mostrar superioridad política, disciplinar a la población y exhibir, a través de medallas y récords, la fortaleza del sistema.
- Conclusión histórica: no existe un “modelo único” de deporte en el mundo
Lo que muestra la historia comparada es claro:
- en Europa y Estados Unidos, el deporte se desarrolló bajo lógicas estatales o empresariales;
- en Argentina, nació —y sigue funcionando— como una obra comunitaria, voluntaria y asociativa.
Nuestros clubes no son una anomalía.
Son una elección histórica y cultural.
Transformarlos en SAD no es “ponerse a la altura del mundo”:
es abandonar el modelo que permitió que el deporte sea, efectivamente, un derecho social y no un privilegio económico.
- Las SAD y la experiencia internacional: promesas incumplidas
Quienes reivindican el “modelo europeo” olvidan algunos datos centrales:
- No todos los grandes clubes son sociedades anónimas.
Real Madrid, Barcelona, Bayern Múnich y Athletic Bilbao siguen siendo asociaciones civiles. - En España, la conversión obligatoria a SAD en los años 90 no eliminó el endeudamiento.
Muchos clubes reconvertidos quebraron o debieron entrar en concursos de acreedores. - En Chile, las SAD acumularon deudas millonarias y conflictos institucionales.
- En Brasil, las nuevas SAF muestran resultados dispares:
existen casos exitosos y casos en crisis.
En todos estos sistemas, el éxito o el fracaso depende menos de la forma jurídica que de la calidad dirigencial, el marco regulatorio y el control efectivo. La SAD no es una vacuna contra la mala gestión: puede, incluso, agravar sus efectos, porque privatiza los beneficios y socializa las pérdidas.
- En Argentina, el riesgo es mucho mayor
Aquí los clubes cumplen un rol que:
- el mercado no asumirá,
- el Estado no está en condiciones de financiar,
- y las SAD no consideran parte de su negocio.
Los clubes argentinos cumplen funciones esenciales:
- inclusión social,
- desarrollo infantil,
- deporte amateur,
- contención comunitaria,
- recreación accesible,
- identidad local y barrial,
- formación deportiva masiva.
Esa función no existe en el modelo de SAD.
No es un “defecto corregible”: es simplemente incompatible con el fin de lucro.
- ¿Qué se perdería con la conversión en SAD?
Si el fin último es el lucro, los nuevos dueños, según sus propios intereses, podrán:
- vender el patrimonio inmobiliario de los clubes;
- convertir a los socios en simples clientes;
- desarmar la estructura amateur que sostiene miles de actividades;
- debilitar la misión educativa y comunitaria del deporte;
- mercantilizar la formación juvenil;
- abrir la puerta a la especulación financiera transnacional, incluso con capitales de origen dudoso.
Y, finalmente, se perderá algo que no figura en ningún balance:
la identidad misma de nuestras instituciones.
Nada de esto es una hipótesis alarmista. Ya ocurrió en otros países.
- Los clubes no son anónimos: tienen dueño
Después de más de un siglo de historia, los clubes argentinos pertenecen a sus socios:
no al Estado, no al mercado, no a fondos internacionales ni a empresarios del fútbol global.
Son fruto de un esfuerzo colectivo que no puede licuarse con una firma en un contrato.
Cambiar su naturaleza jurídica no es “modernizar”;
es destruir su razón de existir.
- Conclusión
Los defensores de las SAD plantean que la Argentina debe “actualizarse”.
La verdadera pregunta es otra:
¿Actualizarnos a qué?
¿A modelos que ya fracasaron?
¿A estructuras incompatibles con nuestra identidad deportiva y social?
Los clubes argentinos son —y deben seguir siendo— comunidades.
Porque un club no es un negocio financiero:
es un nosotros.
Eso sí: si queremos defender de verdad a nuestros clubes, no alcanza con rechazar las SAD. Debemos proteger su patrimonio no de los riesgos de la actividad, sino de quienes los administran en beneficio propio. Para ellos, la respuesta debe ser clara: responsabilidad, sanciones, incluso cárcel cuando corresponda.
Para los socios, en cambio, transparencia, facultades reales de control y auditoría, participación efectiva y pleno ejercicio de sus derechos.
De lo contrario, el problema no serán las SAD legales: tendremos algo peor, SAD encubiertas dentro de asociaciones vaciadas por dentro.