7 de agosto – Guiñez: el mendocino que le hizo ganar el oro a un compañero en Londres 1948

Ago 6, 2021 | Deportistas en el Recuerdo, Últimas Noticias

Eusebio Guiñez fue un ejemplo al esfuerzo sin egoísmos, hizo el gasto en la Maratón olímpica de Londres 1948, para que ganara su amigo Delfo. Y nunca olvidó a Juan Domingo Ribosqui.

Pasaban los atletas corriendo por la plaza y se dirigían al cementerio en donde terminaba la competencia a modo de homenaje. Y así, cada 25 de enero se repetía.  

Ese hecho representa un llamado de atención y a los chicos nos causaba sorpresa ver a un señor a principios de los años 70, corriendo por las calles de Maipú, entre atletas jóvenes que tomaban la corrida como una competencia.  

Le pregunté a mi padre sobre eso y me explicó: «Es el homenaje que le hacen a Juan Domingo Ribosqui, un atleta de Maipú que murió muy joven, también jugaba al fútbol conmigo y tuvimos en el mismo equipo en 1936 cuando Maipú y Gutiérrez se fusionaron en la Liga Mendocina».  

Eso le contó Roberto Ortiz a su hijo Lucio, que se interesaba bastante en los deportes y fue un disparador para que el pibe se pusiera a leer viejas revistas y recortes de diarios sobre la vida de Ribosqui, que murió a los 33 años en 1946. El polideportivo de la Municipalidad de Maipú lleva su nombre.  

Pero ¿quién era el señor que corría en los homenajes? «Ese es el Negro Eusebio Guiñez un gran campeón que compitió en los Juegos Olímpicos de Londres en 1948 y salió quinto entre los mejores del mundo y le ayudó para que Delfo Cabrera ganara la medalla de oro en la maratón», decía mi viejo. 

Quedaron registrados esos nombres de la historia por siempre, para permanecer en la enciclopedia ilustrada en mi cabeza. 

Entonces, esos 25 de enero calurosos de verano, escuchábamos acercarse al auto con los altavoces, las motos de los patrulleros marcando el camino del Negro Guiñez y sus atletas. Ahí llegaba el momento de nuestra intervención curiosa e intrusa. Nos incorporábamos en bicicleta y hacíamos la última parte del recorrido hasta el cementerio de Maipú, en donde un ramo de flores, en la tumba de Ribosqui, le ponía fin a la recordación, que organizaba su amigo y compañero en los años ’30. 

El tiempo quiso que aquel pibe curioso e inquieto se transformara en cronista de deportes y tomará conexión con el «hombre mayor» que corría en los homenajes a Ribosqui y era entrenador de atletismo en la Dirección Provincial del Menor, hogar de chicos huérfanos o con problemas familiares. 

Fue cuando la historia salió en sus propias palabras y relatos de Guiñez, hasta la libreta de apuntes del joven periodista.  

El Negro Guiñez, de Rivadavia a Londres 

Eusebio Crispín Guíñez nació el 16 de diciembre de 1906, en Rivadavia. «Jugaba al fútbol y vine a la ciudad a jugar en un torneo comercial, como me vieron condiciones me dieron trabajo en el ferrocarril y firmé para el club Pacífico (actualmente General San Martín, en la calle Perú)». Se quedó a vivir en una casa cerca de la Plazoleta Barraquero (actual Brasil y San Martín). Un día un atleta «de apellido Giúdice» estaba con un compañero y lo invitaron a una pista de tierra que había cerca de la cancha de Andes Talleres y «me advirtieron que iban a dar 10 vueltas y que largara apenas me cansara». A las siete vueltas el Negro les sacó ventaja y llegó con una gran diferencia. 

Ese fue un aviso para lo que sería el futuro, porque con 23 años, en 1929, decidió largar el fútbol y dedicarse al atletismo. Como entrenamiento partía cada día, desde la plazoleta Barraquero, hasta su trabajo en el ferrocarril en la Estación Benegas, en Godoy Cruz.  

Comenzó a acumular trofeos ganados en las competencias de atletismo de fondo, en los 3 mil, 5 mil y 10 mil metros. Las carreras pedestres serían su destino. Batió records mendocinos y cuyanos en esas distancias, mientras Ribosqui se imponía en los lanzamientos y las pruebas de saltos. Los campeonatos Argentinos los tenían como participantes cada año y se clasificaban para viajar y participar en los torneos Sudamericanos. 

Eusebio Guiñez en el Sudamericano de Montevideo en 1933 logró la medalla de oro en los 10 mil metros y el bronce en 3 mil y 5 mil, además de ganar las medallas de oro por equipo en esas tres distancias.  

En varias competencias estuvo codo a codo con Juan Carlos Zabala, el campeón olímpico en la maratón de Los Ángeles 1932. Continuaba sumando primeros lugares en los nacionales, aunque no fue seleccionado para ir a los Juegos de Berlín en 1936.  

El Negro con más de 30 años era una fija en cada carrera de fondo en la pista y en las carreras de calle. No hubo Juegos Olímpicos ni en 1940, ni en 1944 por la Segunda Guerra Mundial. Aparecía en escena el santafesino Delfo Cabrera para competirle al mendocino y transformarse en compañeros de equipo en los Sudamericanos.  

Guiñez fue medalla de bronce en los 20km en 1941 (Buenos Aires), y plata en 1943 en Santiago de Chile, también terminó segundo en 1947 en los 5.000 metros del Sudamericano disputado en Río de Janeiro y segundo en los 20km; mientras Cabrera, que era bombero en Buenos Aires, fue tercero en los 10 mil. Y en Lima en 1949 Guiñez terminó tercero en la carrera de 20km que ganó Cabrera. 

Los dos junto al bahiense Armando Sensini harían historia un año después al integrar el equipo argentino de atletismo. En la reanudación de los Juegos, tras la Segunda Guerra Mundial, en Londres del 29 de julio al 14 de agosto de 1948, fueron con la delegación nacional que presentó 242 deportistas, la más numerosa de la historia olímpica argentina, de los cuales 11 fueron mujeres. En total la delegación la componían 323 personas con dirigentes, entrenadores, cocineros y utileros.  

En el largo viaje en barco hasta Europa se escuchaban cada día, a las 6 de la mañana, los pasos del morocho que practicaba trotando en el sector de la popa del trasatlántico. El morocho Guiñez, que tenía 42 años, contaba una anécdota que retrata su origen mendocino «Imagínense que a veces de almuerzo o cena, servían unos fideos del espesor de un dedo, eso no se podía bajar con un vasito de agua, por eso yo me cargué una damajuana de tinto. El vino era mi dieta indispensable». 

También tenía los refuerzos de vino, de otros mendocinos, que componían el equipo de boxeo: Pascual Pérez (que ganaría la medalla de oro en peso mosca); Cirilo Gil, que debió ser operado de urgencia de apendicitis en Londres y los suplentes Luis Rosales y Manuel Martínez. También en el equipo técnico de ciclismo fue Remigio Saavedra.  

El 7 de agosto fue el día de la maratón (42 km con 195 metros) y la estrategia del entrenador Francisco Mura fue un trabajo y juego de equipo. «Usted, Guiñez al frente«, era el hombre del sacrificio y no llevaba reloj (en todo el trayecto Mura le proporcionó los tiempos). «Usted, Sensini, irá al medio del pelotón y usted, Cabrera saldrá de atrás y tendrá las energías para el final».  

«Y cantamos el himno» 

Félix Daniel Frascara era un periodista de El Gráfico que fue enviado especial y testigo presencial de los momentos históricos de los Juegos Olímpicos de Londres 1948. Nadie mejor que una persona que estuvo en vivo y en directo: no se lo contaron. 

Escribió: «Intervienen 43 atletas en representación de 23 países. Son las tres de la tarde, hace calor, hay sol en el estadio de Wembley. El pelotón de participantes toma ubicación en uno de los extremos de la pista, a la derecha del palco real, que ni está ocupado por los reyes. Tres argentinos llevan la camiseta blanca con dos franjas celeste horizontales: el santafesino nacido en Amstrong, Delfo Cabrera con el número 233; el rivadaviense Eusebio Guíñez, con el 234; y el bahiense Armando Sensini, con el 251»  

«Suena el tiro y se pone en marcha el plantel de maratonistas. Recorren trescientos metros y van saliendo hacia la calle por el mismo lugar donde arde la llama olímpica. El primero en tomar la punta es el número 273, un coreano llamado Yun Chil Choi. El tren de carrera no es muy fuerte. Guiñez (con un sobrero blanco) va entre los primeros. Sensini marcha más retrasado y Cabrera entre los últimos». 

«El recorrido de la carrera abunda en accidentes naturales. Londres tiene un terreno ondulado- Hay una cuesta tras otra y en pocos instantes llevamos a contar más de cuarenta de ellas. Claro que la cuesta arriba tiene la compensación de la cuesta abajo, pero lo que se recupera descendiendo puede ser nada más que tiempo y nunca energías. Sin pensar aún en que uno de los tres argentinos era fija, observábamos a los adversarios buscando -ya cerca de los veinte kilómetros- al presunto vencedor. Descartando al coreano, que sólo había hecho el gasto de salida, poco impresionados por la acción del belga y el chino, y no queriendo caer en la vanidad de pensar en Guiñez, reparamos en el andar desenvuelto y en el físico bien equilibrado del sueco. Sólo que nos pareció demasiado joven… Pero enseguida nos acordamos de Zabala que ganó en 1932 (también un 7 de agosto).  ¡Con Veinte años! 

Algo más de veinte kilómetros se habían recorrido cuando vimos que Delfo Cabrera, el bombero de la policía de Capital, empezaba a apurar el paso y pasaba gente como si fueran postes. Tuvimos entonces la primera sensación, la idea diríamos, de que el argentino con el número 233 venía más entero que todos los demás. ¿Y si ganara? 

Entraron los corredores en un camino por el cual ya no se les podía seguir de cerca. Con la seguridad de que los tres nuestros andaban bien y con la esperanza de ver algo sensacional en la llegada, volvimos a instalarnos en el estadio, junto a la pista, en el sitio reservado a las delegaciones extranjeras. Cerca mío estaba Carlitos Sos, el entrenador de natación. Por ahí, en los alrededores, había otros varios. Nos veíamos, pero no estábamos juntos.  

«Quizá haya sido mejor, porque entonces Cabrera pudo oír muchos gritos de aliento, escalonados y durante un largo trecho. Supimos que la colocación, al cubrirse 35 kilómetros, ya ofrecía variantes».  

Guiñez contaba después que «sobre los 37 km tuve una pérdida de bilis por el gran esfuerzo y el ex ciclista Remigio Saavedra, que acompañaba en bicicleta, me pasó esponjas con agua que sirvieron para recuperarme».  

«Cuando faltaban 2 kilómetros para entrar al estadio venía Cabrera a paso firme y yo le grité «Indio, no te vayas a caer por favor, Ganá vos«. 

Y el relato de Frascara decía. «Otra vez había aparecido Yun Chil Choi, el coreano que había estado punteando al principio. Cabrera se había colocado segundo, tercero estaba Gailly, cuarto era Guiñez, quinto venía el británico Richards, en tanto que la sexta colocación era del sudafricano Luyt». 

El sol se había ocultado. De pronto se abrieron las nubes como si se descorriera una cortina. ¿Para qué habría salido el sol, a las cinco y media de la tarde, sino para asistir a un acontecimiento sensacional? Estallaron aplausos. Y por la misma puerta por donde el día de la inauguración habían entrado los reyes, apareció en la pista el belga Gailly, con su casaca roja de vivos azules. Vacilantes sus piernas, extraviada su vista, perdido casi por completo su sentido de orientación. La salva de aplausos seguía corriendo como un reguero y enseguida se intensificó todavía más: quince metros atrás del belga pisaba la pista rojiza de Wembley un atleta morrudo, fuerte, morocho, que braceaba sin esfuerzo, pisaba seguro y miraba con claridad. ¡Es Cabrera! ¡Es un argentino!

Enseguida lo pasó al belga, dio una vuelta completa a la pista y vino hacia nosotros por la recta. Funcionó la cámara cinematográfica. El pecho de Cabrera tomó el hilo de llegada justo entre las dos franjas celestes de la camiseta. Habían pasado 2 horas 34 minutos 51 segundos 6 décimas desde la largada.  

Yo, con mi Argentina en el corazón, con todos mis amigos gritando en mi voz, viví unos minutos que jamás había soñado y que nunca olvidaré. Mentiría si pretendiera escapar a los lugares comunes y decir que no hice cuestión de patria. ¡Cómo no! No creo que nadie pueda ver a un compatriota triunfante en la máxima competencia deportiva del mundo y detenerse a pensar que no es nada más que un juego.  

Podrá manifestarse el júbilo en forma desbordante o con discreta sobriedad. Pero la patria «está ahí». Se oye su voz y se siente su latido. Yo no lloré. Tampoco podía hablar. Grité -ustedes conmigo- hasta el instante en que Cabrera cruzó la meta, llevándose con el pecho ese hilo que se extiende a lo ancho de la pista, como barrera que cierra el paso hacia los campos de la fama y sólo se abre ante la grandeza de los vencedores. Desde ese instante ya no grité más. Algo significa el nombre de Delfo Cabrera en el deporte argentino.  

Era lógico, natural, esperar que significara también algo en el deporte mundial. Lo que difícilmente hubiéramos podido imaginar es que llegara a significar tanto para nosotros. Porque, llevados por nuestro entusiasmo, no debemos caer en el error de olvidar la causa fundamental de ese momento inolvidable: si gritamos primero y enmudecimos después, si sentimos que Wembley era nuestro y vimos cómo brillaba un rectángulo celeste y blanco sobre el gris del horizonte, eso se lo debemos a Delfo Cabrera. A su esfuerzo y a su calidad. 

La nota de la crónica se tituló «Y cantamos el himno». 

Tres entre los primeros diez 

Cabrera con el oro, Guiñez terminó quinto y Sensini fue noveno. Tres argentinos entre los diez primeros de la maratón olímpica. ¡Inigualable! 

Al final el equipo olímpico argentino obtuvo 7 medallas (tres de oro, tres de plata y una de bronce) y 15 diplomas de puestos premiados. En el medallero general ocupó la posición Nº 13 sobre 59 países participantes. 

Para Eusebio Guiñez ese recuerdo, ese quinto puesto, fue un hecho que lo enalteció porque trabajó para el equipo sin nada de egoísmos. Siempre se dijo que el Negro «lo hizo ganar a Cabrera».  

De vuelta al país el presidente Juan Domingo Perón y su esposa Eva recibieron a todos los deportistas y los premiados recibieron su recompensa. A Pascualito Pérez le dieron una sobre Jorge A. Calle en la esquina Misiones, en la Sexta Sección de la capital mendocina. Y el Negro Guiñez recibió otra casa en la otra esquina, en Jorge A. Calle y Bolivia.  

El Negro continuó con su homenaje anual a Ribosqui de Godoy Cruz a Maipú, hasta los 80 años (trotando las últimas cuadras en el final). El 1 de octubre de 1987, a los 81 años, hizo el último esfuerzo.

A uno de esos pibes, que salían rápidamente cuando sentían los sonidos de los parlantes, cada 25 de enero, le tocó hacer la nota de la última partida del Negro Guiñez. Esta vez, sin final a la vista.  

Fuente: El Sol Mendoza

 Por: Lucio Ortiz (Especial para El Sol) @LucioOrtiz

Agosto de 2021.

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