Galeano se fue de viaje — Por Ezequiel Fernández Moores

Abr 16, 2015 | Opinión

 

16042015Galeano

«Becho toca el violín en la orquesta -canta Alfredo Zitarrosa por la radio del taxi-, cara de chiquilín sin maestra». El vino y la alegría del veranito de 2011 en Piriápolis invitan al coro. «Y la orquesta no sirve, no tiene, más que un solo violín que le dueleeee». «El Violín de Becho» termina y Eduardo Galeano, otra vez, me comenta uno de los últimos goles de Leo Messi, que acaba de ganar su cuarto Balón de Oro. La noche se eterniza en el gran balcón de la habitación del Hotel Argentino. Libros, cine, música, Latinoamérica y vida. Y otra vez Messi. Galeano dice que nunca antes vio algo así. A la mañana siguiente, recostado debajo de la sombrilla, mientras los nietos juegan al voley en la pileta y en los altoparlantes suena música setentista de Los Náufragos («¿A qué estamos jugando?»), Messi reaparece en la charla. Diez meses después, obvio, se entusiasma como pibe con juguete nuevo cuando Fernando Signorini, ex preparador físico de la selección, le lleva la 10 de la Argentina autografiada por Messi: «Para Eduardo con afecto». Messi, por supuesto, dominó aquella cena de cinco horas en Il Gran Caruso, en Palermo Hollywood. Galeano amaba el fútbol.

«¿Qué pasión popular no es objeto de manipulación?» «¿Existe algo que no sea negocio?» Galeano abre en 1997 en Copenhague el Congreso de Deportes Play the Game. Habla de muertes en los estadios. Y de los campeonatos «empobrecidos» de Sudamérica, porque Europa, otra vez, se lleva nuestras riquezas. «El Norte y el Sur -afirma- jamás se miden en igualdad de condiciones, ni en el fútbol ni en nada, por muy democrático que el mundo diga ser». Cuenta al auditorio europeo que, en América Latina, «la fe nos dura». Porque el fútbol, dice, «sigue siendo una religión nacional» y «cada domingo esperamos que nos ofrezca algún milagro». ¿Tiene el fútbol «la culpa de los crímenes que se cometen en su nombre?» Los «ideólogos que aman a la humanidad pero desprecian a la gente» lo ignoran. Los intelectuales de derecha lo ven como la prueba de que «el pueblo piensa con los pies». Y los de izquierda como «el culpable de que el pueblo no piense». Pero «a la realidad de carne y hueso, este desprecio ni le va ni le viene». Porque «las emociones colectivas -sigue Galeano- se hacen fiesta compartida o compartido naufragio, y existen sin dar explicaciones ni pedir disculpas». Una bandera de su querido Nacional cubría ayer su féretro en la ceremonia del Palacio Legislativo. «El fanatismo -aclaraba sin embargo Eduardo- es enemigo de la diversidad, y yo creo en la diversidad». Era, entonces, «un mendigo del buen fútbol». Siguió deleitándose con Messi hasta diez días antes de morir. «El fútbol -me contaba su amigo y periodista Ángel Ruocco ayer en el velatorio previo- ayudó a sobrellevar los últimos momentos más duros».

Nos conocimos en 1994. Eduardo preparaba un libro sobre la historia del fútbol. La historia según Galeano, claro. Una combinación de periodismo, antropología, mitos, curiosidad, bella narración y sensibilidad popular. De supuestas verdades ocultas y de supuestas mentiras que contaban supuestas verdades. «El fútbol a sol y sombra» es su mejor declaración de amor a la pelota. Guardo el libro con tela adhesiva que protege un lomo vencido y páginas que se salen cuando lo abro. Me sorprendo al advertir anotaciones con lápiz. Pertenecen a Juan José Sebrelli, que lo precisó para la reedición en 1998 de «La Era del Fútbol», una diatriba contra el deporte que Galeano amaba. El libro futbolero de Eduardo recibió en estas horas tantas menciones como el célebre «Las venas abiertas de América Latina». Cuando Hugo Chávez («ese extraño dictador que gana elecciones») se lo regaló a Barack Obama en una Cumbre de 2009, Galeano, buscado por toda la prensa, rechazó hasta dónde pudo los pedidos de nota. «Recién llegado de México -me escribe- me encuentro con un bombardeo de pedidos de entrevistas, súbitamente convertido en uno de esos abominables bichos llamados best-sellers». Temió, en la intimidad, que el regalo de Chávez pudiera ser una edición trucha. Galeano estaba lejos del intelectual aséptico. Fue coherente y claro para elegir siempre en qué equipo y en qué cancha jugar. Hasta el último de sus días. Lo buscaban otra vez en 2012 para contrabalancear a Mario Vargas Llosa, que abría la Feria del Libro. Como buen uruguayo, Eduardo le escapó nuevamente al ruido. Esa misma tarde, estaba en Buenos Aires. Cuidaba a una nieta.

En 2013 me invitó a participar de «Fútbol Pasión», una serie de trece capítulos para la TV pública. Liliam Thuram, capitán de la Francia campeona mundial de 1998 en París, me expresó su admiración por Galeano. También desfilaron, entre otros, Johan Cruyff, Dino Zoff, Carlos Alberto, José Luis Chilavert, Jorge Valdano, Osvaldo Ardiles y Horacio Elizondo. Eduardo lamentó la baja de Diego Maradona. No habían podido verse en noviembre de 2009, en plena eliminatoria mundialista en Montevideo, porque Galeano estaba en Europa. Tampoco fue posible para Fútbol Pasión. A Diego le explotó una de sus tormentas en los días de la posible entrevista. «Gracias por entenderme», lo saludó el lunes Maradona, al enterarse de su muerte. Galeano definía a Diego como un «Dios sucio, porque está lleno de barro humano». No entendía el caos del fútbol argentino: «¿Podrás en pocas líneas -me pidió años atrás- lograr que yo comprenda este incomprensible lío del fútbol argentino, San Grondona, la Santísima Virgen AFA, la tele que transmite apasionantes partidos que se disputan sólo en las tribunas, el pueblo que sufre y espera, la pelota que rueda, esta pasión que no se puede comparar pero sí se puede comprar? Socorro suplico». Y literalmente se encerraba cuando llegaba un Mundial. «Te escribo con los muñones, porque en vísperas de la inauguración -me respondió en Sudáfrica 2010- me he comido las uñas, los dedos y las manos».

«Los dragones del mal», como Eduardo le decía al cáncer, ya habían aparecido. Su energía no era la misma y en el programa hubo que reordenar esquemas. «Disfrutémoslo», le dije a Matías Naccarato, productor clave. «Para qué perfumar a la flor», decía Eduardo, cuando creía que no hacía falta agregar más, fiel a la máxima de que «las palabras deben ser mejores que los silencios». Naccarato atesora los chanchitos dibujados que le regalaba Eduardo, el agradecimiento invariable cada vez que le acercaba un vaso de agua o café («apenas cortado y sin azúcar, por favor»), las anécdotas que repetía pero que «cada vez contaba mejor», el cigarrillo («en mis noches de exilio fue uno de mis grandes compañeros, no me arrepiento de ningún cigarrillo que fumé en la vida»). Y que un jugador no era bueno. «¡Era jugador y medio!». En el programa reiteró su admiración eterna por Obdulio Varela «El Negro Jefe». Pero también por el arquero brasileño Barbosa, el vencido. Siempre eligió los indignados a los indignos. Y recordó al Maracanazo como «la jodida tentación de dormir el sueño de la eterna nostalgia. Porque la nostalgia -decía- es más cómoda que la esperanza».

Casualidad, o no, debí viajar el fin de semana a Montevideo. «Ya no vuelve Ezequiel», me avisan el viernes, cuando se decide la última internación. Fui a Malvín, su barrio. Unos años antes, en una sus caminatas interminables, Eduardo se detuvo para ver un partido de fútbol callejero. Los pibes que lo vieron a lo lejos dijeron «mirá a Picasso». Picasso nos pintó mejor que nadie al deporte que sacaba lo peor y lo mejor del alma humana. Cómo podía ser explotado y manipulado. Y cómo podía servir de alivio y de esperanza.

Fernando (Signorini) me había pedido que le entregara a Eduardo su libro («Fútbol, llamado a la Rebelión – La deshumanización del deporte»). «Para Eduardo -dice la dedicatoria que Galeano jamás pudo leer- porque es un elocuente ejemplo de que, con tipos como él, la utopía del maravilloso mundo que anhelamos estará siempre a nuestro alcance». Fernando quería darle el libro personalmente. «Ando algo congestionado», le había respondido Eduardo, apenas días antes de morir. Viajo a Piriápolis. Me siento también en el Café Brasilero, de 1877, su «oficina» en la Ciudad Vieja de Montevideo. Fingiendo no saber nada, le pregunto a la empleada hace cuánto que Galeano no va por ahí. «Venía siempre, pero cuando reapareció después de mucho tiempo le pregunté por qué ya no venía tanto». «¿Y qué te contestó?», le dije. «Me respondió que estaba de viaje»

 

Fuente: Diario La Nación – canchallena.com;

15 abril de 2015

http://canchallena.lanacion.com.ar/1784613-detectan-anomalias-y-desvios-de-fondos-en-futbol-para-todos

Foto: Sebastián Domenech

 

 

 

 

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